Era Biden: EE.UU. – Nicaragua
“Las palabras de un Presidente importan”
(Segunda Parte)
Edwin Sánchez
IV
Ningún instigador de la desestabilización en Estados Unidos, financiado por alguna Embajada, era el editor de The New York Time cuando el 18 de julio de 1979, a tres columnas, Sección A, Página 8, titulaba lo que era el exquisito modus vivendi para la oligarquía y las prosapias amparadas por el mantenido de turno, Anastasio Somoza:
“In Nicaragua, U.S. Hand Was Always Felt” (En Nicaragua siempre se sintió la mano de Estados Unidos).
Más que título, era el expediente de la subordinación de un remedo de país que ni la Unión Europea ni el mismo Washington nunca tolerarían para ninguno de sus estados miembros: que una potencia global dictara a un pueblo que su Destino Manifiesto en este mundo sería la degradante inferioridad del subalterno frente a la soberbia metrópolis, por los siglos de los siglos.
NYT publicó, tras el derrocamiento del sangriento tirano: “Estados Unidos ha estado tan profundamente involucrado en la política nicaragüense a lo largo de este siglo (XX) que parecía poco probable que Washington no desempeñara un papel importante en la configuración de un arreglo de este conflicto (la lucha contra el somocismo).
“Ya en 1909 Estados Unidos intervino para apoyar un golpe de estado contra el general José Santos Zelaya, autor de la ‘reforma liberal’”.
109 años después, el presidente Donald Trump quiso repetir el golpe, con la excusa de moda: la “defensa de la Democracia”. Los epígonos de Somoza ya estaban listos en el pernicioso círculo de espera. El fascismo los unía.
La misma derecha latinoamericana verificó sus coordenadas ideológicas.
El escritor mexicano Enrique Krauze advertía, el 9 de diciembre de 2016, que con Trump “ha vuelto el big stick”. Pero su descripción del 27 de julio, de que es un “magnate fascista”, explica mejor por qué respaldó la ola destructiva perpetrada contra Nicaragua por una legión de endemoniados disfrazados de demócratas.
Y es que los pretextos para que “la mano de EE.UU. se sintiera” en Nicaragua, parecían guiones de Marvel, con una diferencia: estos pertenecen al inocuo ámbito del pulp-fiction y aquellos parten de insólitas fantasías que hicieron pulpa la Historia de un país hasta degenerarla en una deslustrada historieta de heráldicas bananeras.
“Los marines regresaron al cabo de un año (1927) ‘para proteger las vidas y las propiedades estadounidenses’ y para organizar una tregua”, recordó NYT en 1979.
Se trataba de acabar con el General Augusto César Sandino. Los presidentes estadounidenses Calvin Coolidge (1923-1929) y Herbert Hoover (1929-1933) inventaron a un “enemigo de la libertad”: el “bandolero” de Sandino.
Las justificaciones para las intervenciones siguieron a lo largo y ancho del siglo para “evitar” que Nicaragua fuera una “pieza” del primer Soviet de Mariachis bajo la batuta del presidente de México, Plutarco Elías Calles; “salvarla de las garras del Kremlin”; por “la defensa de los valores occidentales y cristianos”; “protegerla del Sandino-comunismo”…
En los 80, impedir “una segunda Cuba” en América. De 2018 a la fecha, lo más burdo: con textos de Trump y monos nicaragüenses (“dibujo rápido y poco elaborado”, RAE), el pretexto de restaurar la desahuciada historieta con los cuidados intensivos del reality show de “la democracia y los derechos humanos”.
Registrar estos hechos no convierte a nadie en un antiestadounidense. Salvo los ruines profesionales, nadie acusaría a Joe Biden de ser enemigo del país que presidirá por haber reconocido que durante mucho tiempo, EE.UU. ha sido visto en Latinoamérica como un “matón que le impone sus políticas a los países más pequeños”.
V
La indecencia organizada, con algunos descendientes de la alcurnia que arruinaron Nicaragua desde que sufrió su primer Presidente, el autodesignado Fruto Chamorro (1853- 1855), ha prolongado su intentona golpista. A través del vertedero mediático y patrañas varias se encargan de mantener el circo de titulares y noticias falsas de una “crisis” prefabricada.
Misión: el servilismo de mantener a troche y moche la Doctrina Monroe.
Visión: devolverle el poder a la robusta mediocridad oligárquica que hundió a Nicaragua en el más profundo subdesarrollo desde 1821.
Objetivo: restaurar su nostálgica Banana Republic.
Pero el Artículo IV Sección 3 de la Constitución de Estados Unidos es taxativo:
“El Congreso podrá admitir nuevos Estados a la Unión, pero ningún nuevo Estado podrá formarse o erigirse dentro de la jurisdicción de otro Estado cualquiera, ni un Estado constituirse mediante la reunión de dos o más Estados o partes de Estados, sin el Consentimiento de las Legislaturas de los Estados en cuestión, así como del Congreso”.
La referida Sección no mandata legislar comicios foráneos o imponer “candidatos”, ni tampoco matar la reputación de un gobierno extranjero para engullir al país agredido. No ordena bloquear, sancionar, destruir o devastar las economías nacionales para rendir a un Estado por hambre. No estipula costear agentes nativos de una nación para tomar el poder a tranque, sangre y fuego. No hay un resquicio legal que incite desmantelar la soberanía de una República para anexarla de facto en la miserable condición de patio trasero.
Es decir, hasta para que un país se sume a los Estados Unidos, si ese fuera el caso, se hace conforme la norma constitucional, entrando por la puerta grande y no por el humillante zaguán de los peleles. Pero he aquí, la derecha bananera jamás aceptó la Suprema Dignidad de Nicaragua: ser Patria Libre.
No le interesan las leyes ni el decoro. Le basta la santurronería, clerical o mundana.
Repletos de vileza y codicia, el fascismo está fabricado de símbolos vacíos.
En contraste, la sideral mayoría de nicaragüenses anhela vivir en paz. No quieren la confrontación con EE.UU., sino respeto mutuo y cooperación. Esta es la demanda soberana, rubricada por el General Sandino. Si esto es “dictadura” y “grave riesgo” para la Seguridad de la Unión Americana, habría que ver cómo George Washington puso en “peligro” la Seguridad Mundial del Imperio Británico en el siglo XVIII.
El presidente Daniel Ortega y la Vicepresidenta, Rosario Murillo, fueron de los primeros mandatarios que felicitaron al triunfador candidato Joe Biden y su señora esposa, la doctora Jill Biden, así como a la senadora Kamala Harris. Los saludaron junto “a todo el pueblo de los Estados Unidos, con quienes compartimos, estamos seguros, la esperanza de un mundo de respeto, diálogo, y paz, porque la humanidad entera necesita reencontrarse con la Concordia y el Bien Común”.
VI
En Burlington, Iowa, cuando el demócrata Joe Biden obtuvo la nominación para la primera magistratura, dijo: “Las palabras de un presidente importan”.
“Pueden mover los mercados. Pueden enviar a nuestros hombres y mujeres valientes a la guerra. Pueden traer la paz. (…) Pueden inspirarnos para llegar a la luna. Pueden apelar a las mejores bondades de nuestra naturaleza.
“Y pueden desatar las fuerzas más profundas y oscuras de esta nación. Eso es lo que Donald Trump ha elegido hacer.
“Cuando dijo después de Charlottesville que había, y cito, ‘gente muy buena en ambos lados’, dio licencia y refugio a los supremacistas blancos, los neonazis y el KKK, para el odio”.
Los brutales métodos de la “incidencia democrática” en el frustrado Golpe de Estado en Nicaragua surgen de esa galería infernal de matarifes, con el nefando apéndice de cómo deben “defenderse” los Derechos Humanos: a punta de horca y cuchillo al estilo de la “solución final” de Hitler para “el problema judío”…
¿Qué exigió el ex estratega de Trump, Steve Bannon, para el eminente epidemiólogo que dirige la lucha contra el coronavirus en Estados Unidos y el director del FBI, Anthony Fauci y Christopher Wray, respectivamente?
“Me gustaría volver a aquellos tiempos anteriores de la Inglaterra de los Tudor, pondría las cabezas (de Fauci y Wray) en picas, correcto, las pondría en las dos esquinas de la Casa Blanca como una advertencia a los burócratas federales”. (El País, Hispantv, El Mundo, 6 de noviembre 2020).
Por si fuera poco, el abogado de la campaña electoral de Trump, Joseph diGenova, sentenció: “Cualquiera que piense que las elecciones salieron bien, como ese idiota de [Chris] Krebs, que solía ser el jefe de ciberseguridad; este hombre es un idiota de primera clase. Debería ser descuartizado, y sacado al amanecer y ser fusilado” (Chicago Tribune, Infobae, 1 de diciembre 2020).
Cualquier parecido con los crímenes de odio que los “protestantes pacíficos” perpetraron en Nicaragua entre abril y julio de 2018, con la malandrina ovación de Luis Almagro, es pura reincidencia.
VII
Ese lado oscuro de la naturaleza humana, denunciado por el presidente electo Joe Biden, quedó demostrado con…
Las matanzas de Senkata y Huayllani, tras el golpe de Estado promovido descaradamente por la OEA en Bolivia.
Las amenazas de muerte contra los que contaron los votos en Filadelfia o el frustrado secuestro de la gobernadora de Michigan, Gretchen Whitmer, por parte de supremacistas blancos.
Los tuits electorales “¡Libertad Michigan!”, y con la rufiana coreografía de Almagro: “¡Libertad y Democracia, Venezuela, Bolivia, Nicaragua!”.
A propósito, los conceptos de “Libertad” y “Democracia”, en el diccionario de Trump, los reveló el libro de John Bolton:
Democracia: “Venezuela es realmente parte de Estados Unidos”.
Libertad: “Quiero que él (Juan Guaidó) diga que será extremadamente leal a Estados Unidos y a nadie más” (La Jornada, 20 de junio de 2020).
Sobre este execrable diccionario deben juramentarse los ignominiosos suspirantes a Somoza en América Latina.
Pero, qué son esos “detallitos” si al final el anacronismo representado por la prosapia Chamorro se embolsa “escasamente”, y para unos cuantos meses, 2020-2021, la bicoca de 3 millones 875 mil 313 dólares (Radio La Primerísima, 9 de noviembre). Aparte, las jugosas tajadas recibidas por otros importadores de la “crisis de Nicaragua” que también operan desde sus “cuarteles cívicos” de “baja intensidad”.
Contrario a ese insalubre estado de cosas, el cuadragésimo sexto Presidente de la Unión Americana, Joe Biden, asumió un colosal desafío: poner en su puesto a “las fuerzas de la decencia”.
Porque “las palabras de un Presidente importan”, no se ve al líder de Norteamérica hacerse cargo de la onerosa planilla de Trump. Sería contrario a la decencia continuar fomentando el parasitismo extranjero a costa del erario del esforzado pueblo norteamericano.
Y aunque hay sus mantenidos con pedigrí, nadie esperaría que el presidente Biden repitiera, en plural, la más singular frase imperial que se haya acuñado desde los tiempos de Nabucodonosor. En 1939, el presidente Franklin D. Roosevelt retrató a su sátrapa favorito, el abominable espécimen del vendepatria-for-ever: “Somoza may be a son of a bitch, but he’s our son of a bitch”.
“…Son unos hijos de puta, pero son nuestros hijos de puta”.
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Esta entrada fue modificada por última vez el 5 de septiembre de 2022 a las 11:07 AM