El esfuerzo de cambio de régimen de Estados Unidos en Nicaragua ha fracasado. El pueblo está decidido a hacer valer sus derechos de autodeterminación y Estados Unidos no es el único jugador en el escenario mundial.
Estados Unidos y la Unión Europea anunciaron nuevas sanciones el día que Daniel Ortega asumió como presidente de Nicaragua, el 10 de enero de 2022. La medida no sorprendió, dado que el congreso de Estados Unidos aprobó la Ley RENACER una semana antes de las elecciones que se celebraron el 7 de noviembre de 2021.
El pueblo de Nicaragua ha actuado en desafío a los Estados Unidos desde la revolución de 1979. Primero, Ronald Reagan usó las fuerzas reaccionarias, los Contras, como representantes en un intento de destruir el nuevo gobierno. La administración Reagan minó los puertos de Nicaragua y fomentó una guerra que costó unas 30,000 vidas. Estados Unidos todavía le debe a Nicaragua $17 mil millones en compensación por el daño que creó hace décadas.
Es Nicaragua la que ha actuado como una nación democrática, ya que el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) cedió el poder en 1990 tras perder las elecciones. Fueron reelegidos en 2007 y tres veces más, pero los deseos del pueblo nicaragüense no importan para Estados Unidos. Todo lo que se habla de democracia es una artimaña cínica utilizada para asegurar un gobierno neoliberal que actuará como un estado vasallo de Estados Unidos.
La administración de Donald Trump retomó donde Reagan lo dejó cuando instigó un intento de golpe de estado en 2018 que trajo violencia y caos al país una vez más. Como en todas las demás decisiones de política exterior, Joe Biden siguió a Trump y calificó las elecciones de 2021 de fraude antes de que se llevaran a cabo. Como uno de los más de 200 acompañantes electorales, esta columnista fue testigo de un proceso abierto a todos los ciudadanos y donde los candidatos de la oposición hicieron campaña libremente.
La Ley bipartidista RENACER fue aprobada por un amplio margen, por voto de mano alzado en el Senado y luego con 387 a favor y solo 35 en contra en la Cámara de Representantes. Biden firmó la nueva ley solo tres días después de las elecciones. Es un ejemplo clásico de guerra híbrida, ya que exige “apoyar a los medios de comunicación independientes y la libertad de información en Nicaragua”. Tal lenguaje es una declaración de interferencia en los derechos de una nación soberana, en resumen, un modelo para la propaganda de guerra y el cambio de régimen.
Afortunadamente para el pueblo de Nicaragua, Estados Unidos no es el único jugador en el escenario mundial. Como parte de su esfuerzo por protegerse de la agresión estadounidense y alinearse con la mayoría de los pueblos del mundo, Nicaragua estableció relaciones diplomáticas con la República Popular China, dejando en claro que no renunciaría a sus derechos fácilmente. China aceptó con entusiasmo el reconocimiento e inmediatamente comenzó a discutir nuevas alianzas entre las dos naciones. China también donó 1 millón de dosis de su vacuna Sinopharm contra el covid.
Estados Unidos seguramente tiene poder y puede obligar a sus títeres en la Organización de los Estados Americanos (OEA) a unirse al no reconocimiento de las elecciones nicaragüenses. Pero los días de la Doctrina Monroe y las afirmaciones de que todo el hemisferio es «el patio trasero de Estados Unidos» no tienen credibilidad en ningún otro lugar excepto en Washington.
La soberanía de Nicaragua es el meollo del asunto. No importa lo que Joe Biden o los miembros del Senado y la Cámara piensen sobre ese gobierno. Tampoco importa lo que digan los izquierdistas de buenos tiempos. Los hechos están del lado de los nicaragüenses. No hubo candidatos presidenciales encarcelados antes de las elecciones. Hubo golpistas, conspiradores de golpes de estado, que desafiaron la amnistía de su gobierno y la legislación legítima que exige que revelen su financiación extranjera.
Sea como fuere, los antiimperialistas de este país y del resto del mundo debemos defender los derechos de autodeterminación de los nicaragüenses y de todos los demás pueblos. Sus elecciones y sus luchas son propias y nadie aquí en el imperio tiene derecho a juzgar lo que dicen que son «errores.» El historial de derechos humanos de Nicaragua está muy por encima del de Estados Unidos.
Joe Biden presidió encarcelamientos masivos como senador. Apoyó con entusiasmo las guerras de agresión contra Irak y Libia. Nicaragua no tiene motivos para explicarse ante él o ante los liberales que felizmente asumen puntos de propaganda y al hacerlo hacen causa común con las afirmaciones del excepcionalismo estadounidense.
Un tropo clásico de cambio de régimen es referirse al país objetivo como «aislado», lo que significa nada más que estar en la mira de Estados Unidos. Como miembro de una delegación de la Alianza Negra por la Paz en Nicaragua, esta columnista vio la asistencia de los presidentes de Venezuela y Cuba y representaciones diplomáticas de Rusia, China, Angola, India, Sudán, Vietnam, Japón, Siria, Libia y Palestina, entre otros en el acto de toma de posesión presidencial. Miles de millones de personas de todos los continentes estuvieron representadas allí y demuestran que las opiniones de EE.UU., la OTAN y la UE tienen poco peso en otros lugares.
Nicaragua no tiene por qué sufrir insultos a manos de la Organización de Estados Americanos (OEA), creación y vasallo de Washington. Tomó la decisión de principios de dejar la OEA y exponer al grupo como la farsa que es. Nicaragua está representada en la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), una organización independiente que trabaja en consenso en nombre de millones de personas.
Estados Unidos sigue siendo una potencia militar y económica. Pero ese poder tiene sus límites, por eso se le da tanta prioridad a la necesidad de socavar a un pequeño país centroamericano con una población de apenas 6.5 millones de personas. Cada victoria contra el autoritarismo estadounidense es significativa. Solo considere cuánto esfuerzo se pone en marginar a aquellos países que logran existir fuera de la influencia de los EE.UU. El mundo es multipolar y los continuos esfuerzos de Nicaragua para dar forma a su propio destino son prueba de ello.
Margaret Kimberley es la autora de Prejudential: Black America and the Presidents. Su trabajo también se puede encontrar en patreon.com/margaretkimberley y en Twitter @freedomrideblog. Se puede contactar a la Sra. Kimberley por correo electrónico a Margaret.Kimberley(at)BlackAgendaReport.com.