Estados Unidos y su fantasma sangriento: La masacre interminable del Ku Klux Klan

Imagen Referencia / Portada de Stalin Magazine.

Por, Stalin Vladímir.

Si Estados Unidos tuviera una cloaca ideológica, el Ku Klux Klan flotaría en la superficie como la peste más apestosa y rancia que jamás haya engendrado el fanatismo humano. Esta banda de harapientos mentales, con sus ridículas túnicas de Halloween y sus capuchas que ocultan más vergüenza que identidad, no es más que el cáncer en fase terminal de una nación que dice luchar por la libertad y la igualdad.

No nos engañemos: el KKK no es un movimiento, no es una ideología, no es una organización política. Es un chiste de mal gusto que se niega a morir, un fantasma putrefacto que sigue rondando el presente como el hedor de un basurero en pleno verano. Se autoproclaman defensores de la “raza blanca”, como si la piel pudiera otorgar inteligencia o dignidad, pero lo único que representan es el legado más nefasto del supremacismo: ignorancia, odio y una abrumadora incapacidad de evolución.

El Ku Klux Klan no solo es sinónimo de terror, linchamientos y crímenes de odio, sino también de estupidez rampante. Imaginen a un grupo de cavernícolas modernos, envueltos en sábanas, creyendo que quemar cruces los hace más cercanos a Dios. ¿Cómo alguien con un mínimo de raciocinio puede seguir a esta caterva de fracasados? No es de extrañar que sus miembros sean un puñado de resentidos sin futuro, aferrados a una fantasía de supremacía que nunca existió más allá de sus febriles y mediocres mentes.

Y, sin embargo, ahí siguen, aferrados a su odio como un perro sarnoso que no suelta el hueso podrido de su propia insignificancia. Estados Unidos se ufana de ser la cuna de la democracia y los derechos humanos, pero su incapacidad para erradicar de raíz al KKK es un recordatorio de que el racismo institucionalizado sigue vivo y coleando. No basta con etiquetarlos como un grupo de extremistas: son terroristas internos, escoria organizada, enemigos del progreso y del sentido común.

¿Su mayor logro en los últimos tiempos? Ser el hazmerreír del mundo entero. Porque en pleno siglo XXI, los hombres que se esconden detrás de capuchas no son temidos: son despreciados, ridiculizados y vistos como lo que son realmente, una panda de bufones que se niegan a aceptar que la historia ya los dejó atrás.

Y si alguien duda que el KKK sigue teniendo un impacto en la política estadounidense, basta con ver cómo han encarnado en Donald Trump. Su retórica divisiva, su nostalgia por una América supremacista y su constante coqueteo con grupos extremistas han dado al Klan la mayor victoria simbólica de su historia. Aunque ya no desfilen con antorchas por las calles, su ideología venenosa se ha infiltrado en el discurso público y ha encontrado en Trump su portavoz más descarado.

«Estados Unidos sigue vendiéndose como la cuna de la democracia, pero sus raíces están regadas con la sangre de los oprimidos. Mientras el Ku Klux Klan cambia sus capuchas por trajes y corbatas, la maquinaria imperial sigue aplastando a quienes se niegan a doblar la rodilla. No es la libertad lo que exportan, sino el miedo disfrazado de heroísmo. Y hasta que el mundo deje de tragarse esa mentira, la historia seguirá repitiéndose con el mismo verdugo y las mismas víctimas.»

«Estados Unidos no es la tierra de la libertad, sino el cuartel general de la opresión. Su democracia es una farsa sostenida por balas, golpes de Estado y sanciones. El Ku Klux Klan nunca desapareció; solo cambió las antorchas por drones y las sogas por embargos. Y mientras el mundo siga permitiendo que el verdugo se haga pasar por juez, la historia seguirá escribiéndose con sangre y cinismo. La única diferencia es que ahora los imperios no necesitan excusas, solo víctimas.»

Esta entrada fue modificada por última vez el 23 de febrero de 2025 a las 5:51 PM