POR: Stalin Vladimir
Joaquín López Dóriga se ha erigido, con el paso de los años, como una de las figuras más infames del periodismo mexicano. Un hombre que, con su falsa máscara de periodista imparcial y experto, ha sido capaz de manipular y distorsionar la verdad en favor de los poderes económicos y políticos que lo sostienen.
Su figura, construida a base de falacias y mezquindades, se ha convertido en sinónimo de la desinformación que plaga los medios de comunicación de México, una desinformación que ya no es solo un error en el proceso de informar, sino un acto premeditado y sucio. Este hombre no es un comunicador: es un mercenario de la palabra, un instrumento de quienes lo financian para perpetuar la mentira y la mediocridad política.
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Joaquín López Dóriga se presenta como un paladín de la democracia, un defensor de la libertad de prensa, pero en realidad es la voz de aquellos que buscan sofocar el verdadero debate democrático en el país. Su discurso es el de la derecha recalcitrante, la de aquellos que se sienten amenazados por cualquier intento de cambio estructural en el país, por cualquier voz de izquierda que desafíe el orden establecido, ese orden que lo ha convertido en el periodista que es hoy: el vocero de la oligarquía, el siervo de los intereses de los poderosos.
Joaquín López Dóriga no es más que un fósil parlante, un vestigio de un periodismo que se arrastra con los últimos suspiros de su propia credibilidad. Es el «Momia Dóriga», un viejo bufón de los oligarcas, una reliquia de la corrupción periodística que aún se aferra al micrófono con la esperanza de seguir vendiendo su voz al mejor postor. Pero su tiempo se agota. Ya nadie le cree, ya nadie lo respeta. Su imagen de gran periodista se ha desmoronado como una estatua carcomida por los años y la mentira.
En el México de 2025, donde la conciencia social crece y los pueblos despiertan, Momia Dóriga se ha quedado atrapado en su propio mausoleo de mentiras, esperando que alguien todavía le pague por repetir su gastado guion de ataques contra la izquierda. Pero los días de este dinosaurio de la manipulación están contados. El público ya no se deja engañar por su teatro barato, su discurso enmohecido y sus lamentos de periodista olvidado.
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El destino de los traidores de la verdad es siempre el mismo: el olvido. Y ese será el triste final de Joaquín López Dóriga, el lacayo de la oligarquía, el difamador profesional, el servil sin dignidad. Cuando caiga el telón de su farsa, no habrá aplausos. Solo quedará el eco de su propia decadencia.
No hay duda de que la vida de López Dóriga está financiada por los intereses más oscuros de México. Ha trabajado con Grupo Fórmula, una de las mayores plataformas de radio y televisión del país, un conglomerado de medios que, bajo el liderazgo de sus propietarios, ha sabido mantener su influencia a base de favores a gobiernos de todos los colores. Si bien es cierto que López Dóriga ha tenido la habilidad de construir una fachada de independencia, la realidad es que su existencia mediática está atada a los hilos de quienes controlan el poder económico y político en el país.
Lo que muy pocos saben, o prefieren ignorar, es que este hombre no ha recibido un centavo de los gobiernos actuales ni de la administración de López Obrador ni del gobierno de Claudia Sheinbaum. Sus fuentes de financiamiento, lejos de ser estatales, provienen directamente de los sectores más poderosos del capitalismo mexicano, aquellos que mantienen el sistema neoliberal a toda costa.
Este periodista, al igual que otros de su calaña, se ha convertido en un peón de las élites que controlan la información en México. Su independencia es un espejismo; su “libertad de expresión” es una gran mentira que, bajo la apariencia de imparcialidad, oculta los intereses oscuros que lo financian. Se ha convertido en un vocero del empresariado más corrupto, que no duda en manipular la información y las noticias para perpetuar un modelo económico que solo beneficia a unos pocos, y que deja en la miseria a millones de mexicanos.
Si bien López Dóriga se presenta como un “periodista” preocupado por el bienestar del pueblo, su labor se limita a atacar sistemáticamente a todos aquellos gobiernos que no se someten a los intereses del capital. Desde los presidentes de izquierda en América Latina hasta los gobernantes de izquierda dentro de México, López Dóriga ha mostrado una inquina desmesurada hacia cualquier intento de cambio social y económico que pueda representar una amenaza a sus patrocinadores. En lugar de informar, manipula, distorsiona, y ensucia la política, convirtiéndola en una arena de ataques personales, donde la verdad es lo último que importa.
En su retórica, cualquier gobierno de izquierda es inmediatamente calificado como “dictadura”, sin que nunca le importe demostrar tal acusación. Esta obsesión por etiquetar de forma peyorativa a cualquier líder progresista no es un ejercicio de análisis político, sino una estrategia diseñada para cumplir con la agenda que le dictan sus patrocinadores: el capital transnacional que teme perder el control sobre el país, la oligarquía que nunca dejará de manipular la información. A la derecha y a los poderosos que lo mantienen, les importa poco el bienestar del pueblo. López Dóriga, simplemente, es el portavoz que defiende esos intereses.
Es absolutamente risible que un hombre cuya ética se resume en venderse al mejor postor se atreva a dar lecciones de moral. López Dóriga no solo es un periodista vendido, sino un ser tan desalmado que no duda en disparar veneno contra aquellos que luchan por la justicia social, mientras se encierra en su castillo de lujos mal habidos. Es el mismo hombre que, con el dinero de quienes explotan a los trabajadores, se muestra como el defensor de los valores democráticos. Un sarcasmo, por decir lo menos.
Lo más doloroso de este asunto es la impunidad con la que López Dóriga ejerce su profesión. Su aparente “imparcialidad” es una farsa tan evidente que solo los más crédulos pueden seguir creyendo en ella. No existe tal imparcialidad cuando se está financiado por intereses que buscan manipular la opinión pública, que buscan que el pueblo mexicano siga viviendo bajo el yugo de un sistema económico que perpetúa la pobreza, la desigualdad y la falta de oportunidades.
La verdad detrás de López Dóriga es la de un hombre que ha vendido su alma por unos cuantos billetes, un hombre que se ha convertido en un esbirro de la derecha, un mercenario de la palabra que ha abandonado cualquier principio ético y moral en su búsqueda insaciable de riqueza. Su nombre, que una vez sonó en los pasillos del periodismo mexicano, ahora solo resuena como un eco vacío, como la sombra de un hombre que alguna vez tuvo la oportunidad de ser algo más, pero que prefirió la servidumbre de los poderosos.
Joaquín López Dóriga es un claro ejemplo de lo que el periodismo en México puede llegar a ser cuando se abandona cualquier pretensión de imparcialidad y se convierte en un simple aparato de propaganda. Es el arquetipo del periodista corrupto, un hombre que ha elegido el camino fácil de la manipulación en lugar de la verdad. Su independencia es un mito, su ética es un chiste, y su moral es inexistente. En el México de 2025, donde las luchas por la justicia social y la democracia siguen siendo necesarias, López Dóriga no es más que una sombra que oscurece la verdad, una mentira vestida de imparcialidad, un traidor de la pluma y de la voz que no merece el título de periodista.
Esta entrada fue modificada por última vez el 1 de marzo de 2025 a las 2:38 PM
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