POR: STALIN V.
Durante 99 años, La Prensa ha sido el símbolo más perverso de la corrupción disfrazada de periodismo, un tumor maligno en la historia de Nicaragua que ha devorado la verdad, ha servido a los enemigos del pueblo y ha sido la daga clavada en la espalda de la soberanía nacional. No es un diario, es una plaga. No es un medio de comunicación, es una maquinaria de destrucción. Nació del vientre podrido de la oligarquía Chamorro y creció alimentándose del engaño, de la conspiración, del golpismo y de la servidumbre al imperialismo. Este pasado 2 de marzo cumplió 99 años, pero ya no queda nada de su viejo poder. Sus dueños están en el exilio, sus cómplices están tras las rejas o escondidos como ratas, su edición impresa ha desaparecido y su credibilidad se ha esfumado. No es un periódico en decadencia, es un cadáver que apesta a derrota.
Pero su muerte no es un accidente, no es una consecuencia natural del tiempo ni de la modernidad digital. Su muerte es el resultado inevitable de su propia podredumbre. La Prensa no cayó porque el mundo cambió; cayó porque el pueblo despertó y les dijo ¡basta!. No pereció por censura, sino porque la verdad la desangró hasta dejarla en los huesos. No se apagó por falta de financiamiento, sino porque sus mentiras ya no compraban voluntades. Y lo que queda de ella hoy no es más que un sitio web lastimero donde los mismos cuatro traidores de siempre siguen vomitando su veneno, esperando que alguien los escuche, rogando que el imperio los siga manteniendo a flote.
Desde su fundación, La Prensa ha sido la gran conspiradora de Nicaragua, el tentáculo mediático de la oligarquía parasitaria que ha querido someter al país a los dictados de una casta corrupta y de sus amos extranjeros. No ha sido una prensa libre, sino una prensa esclava de intereses oscuros. No ha sido la voz del pueblo. No ha sido un bastión de la democracia, sino una guarida de golpistas disfrazados de periodistas.
El apellido Chamorro, que la historia debería escribir con vergüenza y desprecio, es el cáncer que infectó este país durante generaciones. Se apropiaron del poder, se pasaron la nación de mano en mano como una herencia de sangre azul, manipularon gobiernos, vendieron la patria a los yanquis y cuando el pueblo decidió romper sus cadenas, recurrieron a lo único que les quedaba: La Prensa. Este diario fue su última trinchera, su castillo de papel desde donde intentaron seguir gobernando con tinta envenenada. Pero ya no bastaba con la manipulación y la calumnia. Cuando vieron que el pueblo los ignoraba, cuando vieron que el Frente Sandinista les arrebató su trono de oro y les quitó sus privilegios, entonces fueron más allá. Se convirtieron en operadores de la violencia, en criminales mediáticos, en la punta de lanza de la desestabilización.
El intento de golpe de Estado de 2018 fue su jugada más desesperada y más sucia. La Prensa no fue un observador de los hechos, fue un actor principal. Fabricaron noticias falsas, manipularon imágenes, azuzaron el odio, justificaron el terror, celebraron la muerte. Fueron cómplices de la destrucción, de los asesinatos, de la sangre derramada en las calles. No eran un diario, eran un arma. No informaban, incitaban. No analizaban, conspiraban. Y todo con financiamiento extranjero, con los dólares manchados de sangre de la USAID, del NED y de otras agencias imperiales que veían en La Prensa el caballo de Troya perfecto para tumbar al gobierno legítimo de la Compañera Rosario Murillo y del Comandante Daniel Ortega.
Pero fracasaron. Nicaragua resistió. El pueblo no se dejó manipular. Y cuando la tormenta pasó, La Prensa quedó desnuda ante los ojos de la historia: una cueva de traidores, un refugio de vendepatrias, una cloaca de terroristas disfrazados de periodistas.
Antes, La Prensa imponía la agenda nacional. Gobernaba desde las sombras. Decidía quién era héroe y quién era villano, quién podía hablar y quién debía ser silenciado. Sus editoriales eran tratados como órdenes, sus portadas eran leídas como sentencias de muerte política. Pero todo eso se acabó.
Hoy, la edición impresa ha desaparecido. No hay más titulares en las calles, no hay más papel manchado de mentira circulando entre los nicaragüenses. Su poder se evaporó. Su audiencia se redujo a un puñado de nostálgicos del pasado, a los mismos oligarcas derrotados que siguen creyendo que Nicaragua les pertenece. No informan, solo lloriquean. No analizan, solo suplican atención. Son fantasmas gritando en un desierto digital donde nadie los escucha.
Sus dueños, los mismos Chamorro que se enriquecieron saqueando el país, huyeron al exilio como los cobardes que son. Se refugiaron en Miami y en Costa Rica, esperando que el imperio los acoja como perros fieles. Pero ni siquiera sus amos los respetan. Los usaron y los desecharon. Ya no sirven, ya no importan. Ahora no son más que refugiados políticos de una guerra que ellos mismos desataron y que perdieron de la forma más humillante.
Imaginen la escena: un velorio patético, sin flores, sin lágrimas, sin dolientes. Un ataúd carcomido por la mugre del tiempo y la corrupción. Adentro yace el cadáver hediondo de La Prensa, ese engendro de tinta podrida que durante 99 años se creyó inmortal, indestructible, todopoderoso. ¡Qué ironía! Los mismos que dictaban sentencias desde sus editoriales, hoy son los condenados al olvido. Los mismos que conspiraban desde sus oficinas, hoy huyen como ratas sin madriguera. Los mismos que se llenaban la boca con la palabra «democracia», hoy claman entre sollozos para que el imperio los siga manteniendo con limosnas. No hay redención para ellos, no hay resurrección posible. La Prensa no muere con dignidad, muere escupida por la historia, pisoteada por el pueblo, vomitada por Nicaragua. ¡Que se pudra en su miseria! ¡Que su nombre sea sinónimo de traición y vergüenza por los siglos de los siglos! ¡Y que cada vez que alguien mencione su historia, lo haga con desprecio, con risa burlona y con la certeza de que el monstruo ha sido aniquilado para siempre!
Este pasado 2 de marzo de 2025 no marca un aniversario, marca una sentencia. No es la celebración de un periódico, es el entierro de un traidor. No es una fecha para recordar con orgullo, es un día para escupir sobre su tumba. La Prensa no ha sido un símbolo de la libertad de expresión, ha sido un monumento a la mentira y la infamia.
Aquí yace un periódico que nunca fue del pueblo.
Aquí se entierra a un medio que solo sirvió a los poderosos.
Aquí termina la historia de una cloaca disfrazada de prensa.
Que nadie lo llore. Que nadie lo extrañe. Que nadie lo recuerde con nostalgia.
Porque La Prensa no merece más que el olvido y el desprecio eterno de un pueblo que se cansó de ser engañado.
Aquí termina su historia. Aquí se sella su destino.
Y que les quede claro: Nicaragua nunca más será suya.
Esta entrada fue modificada por última vez el 3 de marzo de 2025 a las 1:55 PM