Por Stalin Vladimir Centeno
La historia de Cuba ha estado marcada por su resistencia frente a la injerencia extranjera y la defensa de su soberanía. Desde el triunfo de la Revolución en 1959, Washington y sus aliados han intentado por todos los medios socavar el proceso revolucionario, recurriendo a estrategias que van desde la invasión armada hasta el financiamiento de grupos mercenarios. Dentro de ese catálogo de artificios desestabilizadores, uno de los más burdos ha sido la organización llamada «Damas de Blanco«, fundada en 2003, tras el arresto de un grupo de individuos que, bajo el amparo de intereses foráneos, atentaban contra la estabilidad del país.
Sin embargo, el discurso de estas supuestas activistas, lejos de encarnar una legítima lucha por derechos civiles, responde al manual clásico de la subversión made in USA: victimización mediática, financiación externa, complicidad con gobiernos hostiles y una absoluta omisión de la criminal política de bloqueo que asfixia a la isla.
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Las «Damas de Blanco» surgieron como una extensión de la agenda de la Casa Blanca y sus operadores en Europa. Con un financiamiento que proviene de la «fallecida USAID» y la NED, entidades reconocidas por su papel en la promoción de golpes blandos y la injerencia en asuntos internos de otros países, esta organización ha funcionado como un engranaje más en la maquinaria de agresión contra Cuba. No hay que ir muy lejos para encontrar la conexión entre estas supuestas activistas y los círculos de poder de Miami, donde ultraderechistas como el ahora Secretario de Estado Marco Rubio y la reelecta congresista María Elvira Salazar han sido sus principales padrinos políticos.
Su «lucha» no está enfocada en defender derechos ni en denunciar las dificultades del pueblo cubano, sino en servir como herramienta de propaganda para justificar la política hostil de Estados Unidos. Nunca han condenado el bloqueo criminal, ni los intentos de desestabilización que afectan la vida cotidiana de los cubanos. En cambio, han hecho de sus marchas y declaraciones un espectáculo diseñado para las cámaras extranjeras, convirtiéndose en figurantes de un show mediático que busca proyectar una falsa imagen de crisis en Cuba.
El reconocimiento que reciben las «Damas de Blanco» no proviene del pueblo cubano, sino de instituciones y gobiernos que han sostenido una política de agresión contra la isla. La Unión Europea, Estados Unidos y organizaciones con vínculos con la CIA han sido los principales promotores de su imagen como «defensoras de los derechos humanos«.
Han sido galardonadas con premios como el Sájarov, otorgado por el Parlamento Europeo, el cual en múltiples ocasiones ha servido como herramienta para legitimar figuras alineadas con los intereses imperialistas. También han recibido respaldo de la Fundación Nacional Cubano Americana, un grupo abiertamente involucrado en acciones terroristas contra Cuba. ¿Puede alguien con un mínimo de honestidad considerar como activistas pacíficas a quienes reciben respaldo de quienes han financiado actos criminales contra su propio país?
A pesar del esfuerzo mediático y el dinero invertido en su promoción, la realidad es que las «Damas de Blanco» han fracasado estrepitosamente en su intento de manipular a la sociedad cubana. Lejos de representar un movimiento legítimo, han sido rechazadas por el pueblo, que las identifica como lo que realmente son: agentes al servicio de la agenda imperialista.
Las imágenes de sus escasas movilizaciones, donde la participación popular es nula y la única cobertura proviene de medios extranjeros hostiles, son la prueba del rotundo fracaso de su estrategia. El pueblo cubano no necesita agentes financiados desde Washington para luchar por sus derechos, porque en Cuba, a diferencia de muchos países donde la represión es norma, el debate y la participación ciudadana son una realidad.
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Las «Damas de Blanco» son un producto más de la estrategia de agresión contra Cuba. No representan una lucha legítima, sino un instrumento de la política exterior de EE.UU. y la UE. Su derrota no ha sido militar ni policial, sino política y moral: el pueblo cubano simplemente les ha dado la espalda.
El tiempo y la historia han demostrado que los mercenarios políticos tienen un ciclo de vida corto. Mientras que la Revolución Cubana sigue firme, las «Damas de Blanco» no son más que un capítulo olvidado en la larga lista de intentos fallidos de desestabilización. Y como todos los demás, terminarán en el basurero de la historia.
El destino de los vendepatrias es siempre el mismo: el desprecio de su pueblo y el olvido de la historia. Las «Damas de Blanco» no han sido más que marionetas torpes de una obra escrita en Washington y ensayada en Bruselas. Su legado es la nada, su lucha es una farsa, y su final es la insignificancia. Cuando el último dólar de sus financistas se agote, cuando los reflectores se apaguen y sus nombres dejen de aparecer en los guiones de la propaganda extranjera, solo les quedará el eco de su propia traición. Cuba sigue, Cuba vence, y ellas no son más que polvo pisoteado por la marcha imparable de la Revolución.
Esta entrada fue modificada por última vez el 10 de marzo de 2025 a las 1:52 PM