Por, Stanlin Vladímir.
La narrativa oficial pinta a los Cascos Azules de la ONU como una fuerza de paz, guardianes de la estabilidad y la seguridad en zonas de conflicto. Sin embargo, detrás de este disfraz de humanidad y neutralidad, se esconde un historial de horrores, crímenes y abusos que han convertido su presencia en una maldición para los pueblos que han «protegido». Violaciones masivas, ejecuciones extrajudiciales, tráfico sexual, encubrimientos y la perpetuación del caos en lugar de su resolución: esta es la verdadera cara de los Cascos Azules. Son, en esencia, una fuerza de ocupación disfrazada de pacificación, una extensión del poder imperial que responde a intereses geopolíticos y económicos, no a la justicia ni al bienestar de las naciones.
Desde su creación en 1948, los Cascos Azules han estado involucrados en más de 70 operaciones en el mundo, muchas de las cuales han terminado en fracasos estrepitosos o, peor aún, en la profundización del sufrimiento humano. ¿Cuántos de estos despliegues han llevado una paz verdadera y duradera? Casi ninguno. En cambio, han dejado tras de sí un reguero de violencia, corrupción y crímenes de guerra.
Uno de los casos más emblemáticos de su incompetencia y complicidad con el horror es el genocidio en Ruanda (1994). En lugar de prevenir la masacre de 800,000 personas, los Cascos Azules se retiraron, dejando el camino libre para que el exterminio se consumara. Se demostró que altos mandos de la ONU sabían lo que estaba por suceder y no movieron un dedo para detenerlo. En Bosnia, en la infame masacre de Srebrenica (1995), los Cascos Azules holandeses entregaron a miles de musulmanes bosnios a las fuerzas serbias, que los ejecutaron brutalmente. Lejos de ser guardianes de la paz, fueron cómplices de un genocidio.
Si hay algo que ha caracterizado la presencia de los Cascos Azules en los países donde se han desplegado, es el escándalo de las violaciones y la explotación sexual. En Haití, la República Centroafricana, la República Democrática del Congo y otros países, los soldados de la ONU han abusado sistemáticamente de mujeres y niñas, en muchos casos a cambio de comida. Se han documentado miles de casos de violencia sexual perpetrados por estos «guardianes de la paz», con una impunidad casi absoluta.
Un informe de 2017 reveló que los Cascos Azules en Haití explotaban sexualmente a niñas de apenas 11 años, obligándolas a prostituirse a cambio de migajas. Entre 2004 y 2017, las tropas de la ONU estuvieron involucradas en más de 2,000 casos de abuso sexual. ¿Cuántos soldados fueron juzgados y condenados? Prácticamente ninguno. La ONU ha funcionado como un manto de encubrimiento, protegiendo a los criminales y silenciando a las víctimas.
En la República Centroafricana, un informe de Naciones Unidas expuso que los Cascos Azules explotaron sexualmente a niños de hasta 9 años. En el Congo, decenas de mujeres denunciaron haber sido violadas en masa por estas tropas. No es casualidad, es un patrón criminal que se repite con impunidad.
La ONU ha demostrado ser una maquinaria de encubrimiento para los crímenes de sus propias fuerzas. Cuando los escándalos de abusos sexuales se hacen públicos, la organización emite comunicados vacíos, promesas de reforma y medidas simbólicas que no conducen a nada. En la práctica, los soldados responsables rara vez enfrentan consecuencias.
¿Por qué ocurre esto? Porque los Cascos Azules no responden ante tribunales locales. Gozan de inmunidad diplomática, lo que significa que los países donde cometen crímenes no pueden procesarlos. En la mayoría de los casos, los soldados simplemente son enviados de vuelta a sus países de origen, donde tampoco enfrentan castigo. Es un sistema diseñado para garantizar la impunidad, convirtiendo a la ONU en un santuario para criminales de guerra.
Más allá de los crímenes individuales de los Cascos Azules, su misión misma es un instrumento de dominación. No son enviados para traer estabilidad, sino para servir los intereses de las potencias occidentales. Su presencia suele coincidir con regiones ricas en recursos naturales, donde actúan como una fuerza de ocupación que mantiene el caos mientras las grandes corporaciones explotan los recursos.
En África, la presencia de los Cascos Azules ha ido de la mano con el saqueo de minerales estratégicos. En Medio Oriente, su «intervención» ha servido para proteger intereses de las potencias coloniales, más que para garantizar la paz. Son un brazo ejecutor del neocolonialismo disfrazado de humanitarismo.
Los Cascos Azules de la ONU no son una fuerza de paz. Son una maquinaria de terror, abuso y control geopolítico. Donde llegan, no llevan estabilidad, sino violaciones, explotación, ejecuciones y sufrimiento. Su historia está plagada de crímenes contra la humanidad, cometidos bajo el manto de la impunidad y protegidos por la hipocresía de la comunidad internacional.
El mundo ya no puede seguir aceptando esta farsa. Es hora de desnudar la verdad y exigir el fin de estas supuestas «misiones de paz», que solo han servido para extender el horror y la dominación neocolonial. Los Cascos Azules no son los salvadores del mundo: son su maldición.
La historia ya ha emitido su veredicto: los Cascos Azules no son ángeles de la paz, sino espectros del horror. No son guardianes de la justicia, sino verdugos de los débiles. No son la última esperanza de la humanidad, sino la sombra siniestra que se cierne sobre los pueblos indefensos. Allí donde marchan con su bandera azul, no florece la tranquilidad, sino la desesperación; no reina la ley, sino la barbarie.
Las víctimas claman desde las fosas comunes, desde los campos de refugiados, desde los cuerpos mancillados y ultrajados por estos emisarios del crimen. La ONU, ese santuario de la hipocresía global, seguirá lavando sus manos con discursos vacíos y resoluciones inútiles, pero el peso de la verdad es implacable.
Que no nos engañen más. Que sus crímenes no queden en el olvido. Que sus víctimas encuentren justicia. Y que el mundo, de una vez por todas, desgarre la máscara de los Cascos Azules y los revele como lo que realmente son: el puño de hierro del imperialismo, los chacales de la muerte, los mercenarios del caos.
La paz no se impone con fusiles manchados de sangre ni con soldados que violan y asesinan bajo la impunidad de una organización decadente. La verdadera paz solo nacerá cuando se les expulse de la historia y se les juzgue como lo que son: una plaga que ha saqueado, torturado y destruido naciones enteras bajo la mentira de la “misión humanitaria”.
La historia los condenará. Y la humanidad, tarde o temprano, los derribará.
Esta entrada fue modificada por última vez el 23 de marzo de 2025 a las 4:46 PM