El dragón no tiene miedo al águila

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Por: Hedelberto López Blanch 

El presidente Donald Trump ha impuesto abrumadores aranceles a China sin darse cuenta que no es lo mismo tratar a Beijing en este siglo XXI de la misma forma que lo hizo Estados Unidos con Japón en la década de 1980.

En su afán por debilitar a China, país que Washington observa como su principal enemigo económico y político, Trump le ha lanzado una guerra de aranceles para los productos que importa desde esa nación, los que han ido subiendo desde un 20 % a un 145 %. El gigante asiático respondió imponiendo un 125 % a los productos estadounidenses importados a su país.

El portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores de China, Lin Jian, declaró que Beijing no está interesado en una lucha, «pero no temerá si Estados Unidos continúa con sus amenazas arancelarias.

«Nunca nos quedaremos de brazos cruzados para ver cómo se priva al pueblo chino de sus derechos e intereses legítimos, y tampoco para ver cómo se socavan las normas económicas y comerciales internacionales y el sistema comercial multilateral. Si Washington insiste en continuar una guerra arancelaria o comercial, China luchará hasta el final», añadió.

El Ministerio de Comercio del gigante asiático sentenció que “los supuestos aranceles recíprocos de Estados Unidos a China son infundados y representan un acoso unilateral […] la amenaza de escalada arancelaria agrava su error y expone su naturaleza chantajista, algo que China jamás aceptará”.

Esta misma política de coerción fue impuesta por Washington contra Japón en la década de 1980 durante el gobierno de Ronald Reagan, país al que veía como la principal amenaza para mantener su hegemonía económico-financiera mundial.

Cuando Reagan asumió el cargo en 1981, Washington comenzó a presionar a Tokio para que abriera su mercado a las compañías estadounidenses y redujera el desequilibrio comercial entre los países.

Esa nación admitió primero algunas medidas como la limitación de autos exportados hacia su principal socio político y económico, pero la campaña contra Japón continuó en el Congreso y en los medios de comunicación, por miedo a que le arrebatara el poder comercial a Estados Unidos.

Esto conllevó a que en 1985, por agresivas presiones de la Casa Blanca, cinco países (Estados Unidos, República Federal de Alemania, Francia, Reino Unido y Japón) suscribieran el Acuerdo Plaza, por medio del cual se devaluaba el dólar frente al yen japonés y al marco alemán.

Como era de esperar, eso provocó un aumento de las exportaciones estadounidenses y una reducción de su déficit comercial con Japón y Europa occidental.

Los economistas Joshua Felman y Daniel Leigh explicaron en un informe para el Fondo Monetario Internacional (FMI) que “las exportaciones y el crecimiento del PIB de Japón se detuvieron en 1986”, y en 1987, Washington impuso aranceles del 100 % sobre importaciones japonesas por 300 millones de dólares, lo que prácticamente bloqueó el mercado estadounidense y colapsó la economía japonesa.

Al aumentar el valor del yen, los productos japoneses se hicieron más caros, y los países rechazaban a una potencia exportadora. Los esfuerzos del banco central nipón para mantener bajo el valor del yen provocaron una burbuja en el precio de las acciones, y el país entró en una recesión de una década.

De esa forma se eliminó al contrincante comercial.

Pero en el siglo XXI la situación es muy distinta con respecto a China, pues este país no depende de Estados Unidos para mantener e impulsar su producción y comercio internacionales.

El gigante asiático cuenta con un poderoso desarrollo científico, industrial, fabril y económico, con relaciones con más de 180 países y una población de 1 417 millones de habitantes con alto poder adquisitivo.

Por tanto, no depende de Estados Unidos como sí lo hacía Japón en los años 80.

Asimismo, China cuenta con enormes riquezas. Por ejemplo, produce el 90 % de las tierras raras del mundo, un grupo de 17 elementos clave para industrias de defensa, vehículos eléctricos, energía y electrónica. Estados Unidos solo tiene una mina de tierras raras y la mayor parte proviene de China.

En esta guerra comercial lanzada desde Washington, Beijing respondió con la suspensión de exportaciones de minerales críticos e imanes, elementos fundamentales para automóviles, aeroespacial y semiconductores.

Siete categorías de tierras raras, incluidos productos con samario, gadolinio, terbio, disprosio, lutecio, escandio y itrio, fueron incluidas en el control de exportaciones. Numerosas empresas estadounidenses dependen de estos componentes chinos, lo cual representa un duro golpe.

Las autoridades chinas expresaron que sus contramedidas buscan proteger su soberanía, seguridad e intereses de desarrollo, así como mantener la justicia internacional y el sistema comercial multilateral.

Añadieron que si Estados Unidos desea dialogar, la puerta está abierta, pero debe hacerse en base al respeto mutuo y la igualdad. Si quiere luchar, China responderá hasta el final. La presión, las amenazas y la coerción no funcionarán con China.

Moraleja: No es lo mismo tratar a China en el siglo XXI que a Japón en los 80. Los tiempos y condiciones son diametralmente opuestos, y Washington podría ser el gran perdedor.

El dragón no le tiene miedo al águila.

(*) Periodista cubano. Escribe para el diario Juventud Rebelde y el semanario Opciones. Es el autor de “La Emigración cubana en Estados Unidos”, “Historias Secretas de Médicos Cubanos en África” y “Miami, dinero sucio”, entre otros.

Esta entrada fue modificada por última vez el 23 de abril de 2025 a las 5:12 PM