América Latina ante la crisis norteamericana

Imagen referencia de Canal 4.

Por: Stephen Sefton. 

La crisis norteamericana se manifiesta tanto a nivel nacional como a nivel internacional. El relativo declive de su poder e influencia a nivel mundial se refleja en el sentido económico, entre otros factores, por la disminución del porcentaje de la participación en la economía global. La derrota norteamericana en Ucrania y su incapacidad de poder competir con China en el comercio mundial indican que sus aspiraciones a seguir ejerciendo un poder dominante a nivel global no corresponden a la capacidad de su economía real. Se trata de un exagerado Producto Interno Bruto nacional confeccionado para incluir como si fueran productivas las transferencias internas del sector financiero y sus sub-sectores y la asociada inflación artificial del valor de activos de varios tipos.

En relación a los asuntos internacionales, los recientes exabruptos del presidente electo Donald Trump han dejado perplejo a medio mundo sobre su verdadero significado, pero está claro que expresan la doctrina de Elon Musk y su élite empresarial corporativo transnacional. Para esa élite, la soberanía nacional es un estorbo que les impide el acceso a los recursos naturales y los puntos estratégicos que quieren controlar. La lema de Donald Trump “Hagamos América Grande De Nuevo” encapsula la visión supremacista que comparte con los ideólogos neconservadores del Partido Demócrata. Barack Obama expresó esa misma visión cuando declaró en 2012 que su país sigue siendo “la única nación indispensable en los asuntos mundiales”.

Ahora mucho comentario plantea que la postura asumida por Donald Trump y sus asesores sobre la política exterior implica que la clase gobernante de los Estados Unidos norteamericanos podría tener que aceptar el estatus de su país como un poder hemisférico, tal como lo fue hasta el fin del Siglo 19. De hecho, las incoherencias de las recientes declaraciones del señor Trump, probablemente de manera deliberada, no permiten una valoración precisa de sus intenciones. Para América Latina y el Caribe, lo más seguro en relación al futuro inmediato de la política exterior norteamericana es que será todavía más agresiva e intervencionista que en años anteriores.

A nivel interno, los factores de la crisis doméstica norteamericana presionan a las nuevas autoridades a mejorar la situación socio-económica del país y pueden tener secuelas negativas en la política exterior. En términos políticos, la campaña electoral del año pasado y las reacciones al triunfo de Donald Trump señalan la extrema polarización de la sociedad norteamericana. Aparte del aspecto partidario, la polarización a nivel de la clase política del país se debe a los celos económicos alrededor de los enormes lucrativos contratos asignados por el poder ejecutivo que son una fuente determinante de la cultura de falsedad, soborno y chantaje que distorsiona la vida pública norteamericana.

Entre la población en general, la crisis interna indica de múltiples formas los profundos problemas subyacentes en la sociedad y la economía norteamericana. Entre ellos el tema de la migración, que ha sido explotado de una manera extremadamente torpe por el presidente electo Donald Trump, es inextricablemente vinculado con el declive demográfico del país. De hecho, en los próximos años, este declive necesariamente implicará mayores niveles de inmigración. Un estudio del Modelo Presupuestario Penn Wharton de la Universidad de Pennsylvania explica que la tasa de fertilidad total norteamericana está por debajo del nivel de reemplazo poblacional del 2.1 por ciento por mujer. El nivel de reemplazo poblacional queda alrededor de 1.7 y se proyecta a caer más en los años venideros.

A largo plazo, en los próximos 40 años se requiere un nivel de inmigración 3.5 veces mayor del nivel actual para mantener una población económicamente activa capaz de soportar el número de personas jubiladas en aquel futuro. Actualmente, de las 169 millones de personas en la población norteamericana económicamente activa, 32 millones, 19%, son migrantes y 73% de ellos son de descendencia latinoamericana. Así que, a corto, mediano y largo plazo, las amenazas de Donald Trump de expulsar millones de inmigrantes latinoamericanos, aún si fuera posible en la práctica, perjudicaría la economía norteamericana de una manera completamente contraproducente y negativa.

Entre otros factores económicos de igual importancia de la crisis socio-económica norteamericana son:

  • el declive de la industria manufacturera y la consecuente desindustrialización norteamericana (el sector ha disminuido 14% desde hace 20 años y emplea solo 10% de la fuerza laboral nacional)
  • la crónica falta de inversión en la infraestructura pública defectuosa (de energía eléctrica, carreteras y puentes, sistemas de agua y alcantarillado, acceso a Internet de banda ancha)
  • la falta de políticas de prevención y mitigación de desastres (como se ve en la respuesta inadecuada a los huracanes en Florida y Carolina Norte o a las conflagraciones en California)
  • el significativo aumento del endeudamiento de los hogares (principalmente de automóviles, de educación superior y de tarjetas de crédito – la deuda total de hogares norteamericanas es de casi US$18 millones de millones con casi 4% en mora, US$720 mil millones)
  • el marcado declive en rendimiento académico de estudiantes a nivel nacional, especialmente en las asignaturas de Ciencias, Tecnología, Ingeniería y Matemática (STEM).

El gobierno norteamericano no tiene un coherente plan de desarrollo humano nacional para revertir estas tendencias. El existente sistema de planificación es un sistema informal, opaco y de corto plazo en manos de las élites financieras del país, con un control nocional de parte del Congreso basado en principios que no corresponden a la realidad del nuevo mundo en ciernes. La combinación de todos los factores internos mencionados y otros problemas, como la población sin vivienda o sin cobertura médica, significa la insostenibilidad socio-económica del país a nivel interno a la vez que han surgido graves problemas en la política exterior.

Entre estos, los más importantes son las secuelas de la derrota político-militar de la OTAN por Rusia en Ucrania y del desplazamiento del dólar en las transacciones internacionales, especialmente entre los países del grupo de países BRICS+ que ahora constituyen más de 40% de la población mundial. En relación a Europa, desde el inicio de la Operación Militar Especial de la Federación Rusa en Ucrania, ha sido más que evidente que las élites norteamericanas y sus homólogos vendepatrias europeos han querido romper cualquier posibilidad de una positiva relación económica entre la Unión Europea y Rusia. Se ha logrado ese objetivo de tal manera que la Unión Europea ahora es más sometido al poder norteamericano que nunca.

El potencial problema a mediano plazo desde el punto de vista del presidente electo Donald Trump es que en los próximos años la viabilidad económica de los países europeos probablemente va a disminuir grandemente por motivo de los altos costos que pagan por la energía, la baja productividad de su fuerza laboral y otros factores que disminuyen la competitividad de sus economías, especialmente las exportaciones. Entonces en vez de aportar riqueza al poder norteamericano, Europa podría llegar a ser una carga incapaz de sostenerse. Todo este contexto lleva consecuencias importantes para América Latina y el Caribe. Porque si la nueva administración de Donald Trump decide replegarse en algún sentido u otro al hemisferio occidental, sus instintos depredadores van a girar todavía más hacia el pillaje de los recursos naturales de la región.

De todos modos, desde las dos administraciones de Barack Obama, la intervención e injerencia yanquí ha intensificado progresivamente. Las administraciones de Donald Trump y Joe Biden siguieron su genocida agresión y desestabilización contra Venezuela y Cuba, apoyaron el golpe suave contra Dilma Rousseff en Brasil, profundizó el endeudamiento de Argentina de manera ílícita y anómala por medio del FMI y los fondos buitres y montaron intentos de golpe contra Nicaragua y Bolivia. Han saboteado la vida institucional y las constituciones de Ecuador y Perú. Han facilitado la compra por Exxon del gobierno de Guyana como cómplice de la agresión contra Venezuela.

Han profundizado la crisis en Haití y han ingeniado un gobierno de claro corte fascista en Argentina. Mantienen políticas de hostigamiento contra México, donde Donald Trump hasta amenaza con invadir como parte de las operaciones norteamericanas contra los sectores del narcotráfico mesoamericano que ellos mismos no controlan. Apoyan la oposición derechista contra el programa político de Gustavo Petro en Colombia, mantienen cooptado al gobierno represivo centro-derechista de Gabriel Boric en Chile. Han logrado intimidar a la administración de Lula da Silva en Brasil y, aparentemente, al Frente Amplio en Uruguay. Y por supuesto los yanquis mantienen férreo control de otros gobiernos vasallos de la región como Paraguay, Guatemala y Costa Rica.

La retórica rimbombante de Donald Trump por medio de que se parodia a sí misma tiene su propia perversa lógica política. Por un lado crea un retórico espacio fascista para lanzar mensajes extremistas perfectamente entendibles, mientras por otro lado le deja el espacio político para modificar esos mismos mensajes de una manera que le permite aparecer más razonable y moderado. El mensaje sobre querer tomar control de Groenlandia y Canadá, es que la seguridad nacional norteamericana requiere asegurar su acceso a los recursos minerales e hidrocarburos del hemisferio. El mensaje sobre recuperar el Canal de Panamá y renombrar el Golfo de México es que el hemisferio es categóricamente una zona en que el control del tránsito es de supremo interés para la seguridad nacional norteamericana.

De hecho, la nueva administración de Donald Trump enfrenta la implacable realidad económica que la República Popular China seguirá siendo el primer socio comercial de todos los países latinoamericanos menos México, que es parte del área de libre comercio norteamericano. Las élites derechistas de la región saben que la economía norteamericana no es estable y que no tiene la capacidad ni el dinamismo para servir de motor comercial y financiero hacia un futuro de desarrollo económico sostenible y duradero para la región. El megapuerto chino de Chancay en Perú es un símbolo vivo de esa realidad, tal como será el nuevo aeropuerto internacional regional bajo construcción por China en Nicaragua.

Así que la crisis política y socio-económica norteamericana genera retos e incertidumbre en América Latina y el Caribe. Está claro que la nueva administración de Donald Trump explotará la realineación de las relaciones internacionales para intensificar la agresión y hostigamiento que caracterizó su primer gobierno de 2017 al 2020. Pero la región ha cambiado mucho desde 2017. A pesar de su simpatía política pro-norteamericana, las élites derechistas de la región no van a sacrificar sus nuevas relaciones lucrativas con China para darle gusto a los yanquis a cambio de poco o nada.

Seguirán firmes los gobiernos dignos de la región, Bolivia, Cuba, Nicaragua y Venezuela que defienden su soberanía nacional y el desarrollo humano de sus pueblos. Otros países como Colombia, Honduras y México, con diferentes limitaciones por motivo de sus históricas relaciones bilaterales con los yanquis, se defenderán en la medida posible. Queda a ver como el gobierno de Brasil va a relacionarse con un gobierno norteamericano que apoya figuras de la oposición derechista brasileña como Jair Bolsonaro. También se verá si Lula da Silva y su equipo están a la altura de los formidables desafíos que tendrán que manejar durante su presidencia pro tempore de los BRICS+ durante 2025.

Las élites reaccionarias en América Latina y el Caribe han desarrollado lazos comerciales y financieros con China que no pueden darse el lujo de abandonar. Países grandes de la región como México y Brasil mantendrán sus posiciones en defensa de los principios del derecho internacional en defensa de la soberanía nacional contra la agresión y la intervención. Por su parte, los países revolucionarios tienen mejores opciones de comercio y cooperación internacional con la República Popular China, la Federación Rusa, las demás economías eurasiáticas, con la India y el mundo árabe. Queda a ver si el rebuzno de Donald Trump significa de verdad el repliegue yanqui al hemisferio occidental, pero la realidad regional de América Latina y el Caribe y el contexto mundial son muy diferentes ahora de lo que fue hace diez años.

Esta entrada fue modificada por última vez el 12 de enero de 2025 a las 9:40 PM