El fantasma de la Papisa Juana, ronda el próximo Cónclave

Foto Cortesia / El fantasma de la Papisa Juana

POR: STANLIN VLADIMIR

La historia eclesiástica está llena de misterios, intrigas y silencios convenientes, pero pocos relatos han desafiado tanto la estructura del Vaticano como la leyenda de la Papisa Juana. Una mujer, disfrazada de hombre, que habría alcanzado el trono más alto de la Iglesia Católica en el siglo IX, para luego ser condenada y borrada de los anales oficiales. Aunque el Vaticano sigue negando su existencia, la pregunta resuena como un trueno: ¿por qué nunca ha habido una suma pontífice en Roma?

Todo comenzó con una figura envuelta en la niebla del tiempo, conocida como Ionannes Anglicus, o Juan el Inglés. En pleno siglo IX, esta mujer extraordinaria, nacida en Mainz (Alemania), escapó de la opresión que limitaba a las mujeres al silencio y al servicio doméstico. Vestida de hombre, cruzó Europa, estudió en Atenas, dominó el Trivium, enseñó gramática, lógica y retórica, y llegó a Roma.

Su talento fue tan descomunal que, sin sospechar su género, la Iglesia la elevó hasta el papado entre los años 855 y 857. Pero todo se vino abajo durante una procesión pública cuando dio a luz en plena calle, revelando su secreto.
El escándalo fue mayúsculo y su destino, trágico: lapidada, arrastrada, eliminada.

El Vaticano, hasta el día de hoy, sostiene que la historia es un mito. Pero el mito persiste, porque en su médula lleva la verdad que tanto incomoda: una mujer puede ejercer el poder espiritual y temporal, y lo puede hacer bien. La Papisa Juana es la herida abierta en una institución que, en pleno 2025, sigue prohibiendo a las mujeres el acceso al sacerdocio, mucho menos al papado, pese a los tímidos gestos del Papa Francisco, quien antes de su fallecimiento dejó a mujeres en altos cargos administrativos, pero jamás les abrió las puertas del altar mayor.

La historia de Juana no sólo fue aprovechada por los protestantes en la Reforma para cuestionar la legitimidad del papado, sino que también se utilizó como justificación para fortalecer la exclusión de las mujeres del poder clerical. En vez de ser un relato de emancipación, se convirtió en una advertencia medieval: las mujeres deben quedarse en su lugar. La leyenda alimentó la misoginia, transformando a Juana de genio oculto a aberración, de sabia a «ramera de Babilonia», como la calificaron en grabados protestantes del siglo XVI.

Pero el cuerpo de Juana no era sólo el suyo: era el de todas las mujeres que, por siglos, fueron excluidas del conocimiento y del poder. Bajo las túnicas, la historia mostró que las mujeres podían igualar, o superar, a los hombres en liderazgo espiritual. Y eso es lo que más dolió al patriarcado eclesiástico. Por eso, se inventó incluso un ritual para verificar los genitales del papa electo, sentándolo en una silla con agujero para que un diácono comprobara su masculinidad, gritando «¡Tiene testículos!» antes de coronarlo. ¿Qué institución necesita semejante teatro si no teme que su mentira sea descubierta?

Hoy, en pleno siglo XXI, cuando el Vaticano acaba de despedir a Francisco, quien dejó una huella de apertura sin llegar al fondo de la reforma, la figura de la Papisa Juana resurge entre las brasas. El mundo mira de reojo la eterna resistencia de Roma a abrirse al liderazgo femenino. Mientras otros credos han admitido mujeres como pastoras, obispas o rabinas, el Vaticano permanece atrincherado en su dogma.

Pero el clamor crece. Las mujeres católicas reclaman, en voz alta, el derecho a predicar, a consagrar, a dirigir. La sombra de Juana, en el teatro, el cine y la literatura, no es ya una advertencia, sino un símbolo de resistencia. De Emmanuel Rhoides a Donna Woolfolk Cross, la historia ha sido reescrita, resignificada, convertida en estandarte feminista. En 2009, la película Die Päpstin le dio un nuevo rostro a Juana: no como un escándalo, sino como una pionera que rompió las cadenas de su tiempo.

Y es que, más allá de la veracidad histórica, la Papisa Juana es necesaria. Porque evidencia la estructura cerrada del Vaticano, un bastión aún impermeable a la equidad de género. Y aunque Roma siga fingiendo que Juana es sólo un cuento, el eco de su nombre sigue retumbando en las bóvedas de San Pedro, donde quizás, algún día, una mujer rompa ese techo de cristal de casi dos mil años.

Mientras tanto, la silla vacía espera. Y la historia, como siempre, aguarda ser escrita de nuevo.

Esta entrada fue modificada por última vez el 28 de abril de 2025 a las 2:23 PM