POR: Jorge Eduardo Arellano
Bazuquero: adj. pop. Borracho consuetudinario de barrios marginales, generalmente andrajoso, que ingiere licor de baja calidad. En este barrio abundan los bazuqueros.
Diccionario de uso del español de Nicaragua. Managua, ANL, 2001, p. 38.
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El conocimiento más ínfimo de Rubén Darío, existente en Nicaragua hasta el terremoto de Managua del 72, fue el apócrifo de las cantinas, donde el poeta era vulgarizado. Debería decir: vulgareado. Porque era totalmente ajeno a la obra y a la personalidad del liróforo celeste, resultando exclusiva obra de la imaginación de nuestros anónimos picaditos o bazuqueros. En el fondo, ellos aspiraban a incluir a Darío entre los ilustres antecesores de su gremio.
Y es que la leyenda alcohólica de Darío se oculta en estos ejercicios de versificación que casi todo nicaragüense no puede reprimir. Si a ello agregamos la dimensión de Darío como mayor héroe civil y cultural del país, tendríamos una explicación del producto folclórico que deseo ejemplificar, aprovechando comunicaciones de varios amigos difuntos, como el profesor Rafael Carrillo Díaz y el mal poeta Reinaldo Hooker, perteneciente a la “generación traicionada” así misma. Ya Luis Alberto Cabrales, en los mismos años sesenta, había elaborado un ensayo sobre el tema que consulté para no repetir los textos que transcribe.
Los “míos” oscilan entre la afirmación del orgullo patrio (frente a los españoles) y la ocurrencia ingeniosa, más el uso efectivo de la rima consonante. El primer ejemplo, al respecto, es la cuarteta sustentada en esta imaginaria anécdota. Hallándose en la hermana república del sur, unos “colegas” de tragos y versos le pidieron brindar después de sustituirle el licor con agua en su copa. Pero el poeta, advirtiendo el truco, se salió con la suya:
Ya que la musa me pica
y me ponen en una copa agua
yo brindo por Costa Rica
en nombre de Nicaragua.
Otra “improvisación”, apócrifa como todas estas composiciones, tiene de escenario la Madre Patria. “Allá en las márgenes del Tejo”, decían en las cantinas los picaditos de Rivas que comenzó a declamar Darío. Tajo, le corrigió un muchacho del público, por lo cual el inspirado vate tuvo que repetir estos dudosos versos:
Allá en las márgenes del Tejo
una desnuda criatura
se paseaba luciendo su figura
sobre una luna
de brillantes espajos.
Ya ves, gran jota-abajo,
que es Tejo y no Tajo.
Pero la mayoría de esas ilustraciones humorísticas, en la cual Darío era concebido como un personaje similar al “Quevedo” de nuestros relatos callejeros e infantiles, poseían una ostensible connotación sexual. He aquí unaconsistente en el diálogo entre el supuesto Darío quinceañero que detiene a una campesina, a la salida de León, y le espeta:
De dónde vienes,
para dónde vas,
no hay más remedio,
aquí me lo das.
Y ella no se queda atrás:
De arriba vengo,
para abajo voy,
no hay más remedio:
aquí te lo doy.
Mas aún: el profesor Carrillo me comunicó una composición coprológica que ficticiamente tuvo su lugar, es claro, en una cantina, esta vez de Masaya. Mientras unos bolos ––o ebrios consuetudinarios–– que libaban con Darío, uno de ellos improvisó:
Yo que para poeta no nací
y echo mis versos a la izquierda,
brindo porque coman mierda
todos los que están aquí.
Y Darío cerró con “broche de oro”, contestándole:
Usted que para poeta no nació
y echa sus versos a la izquierda
brindo para que coma mierda
por la gran puta que lo parió.
Por su lado, Hooker me recitó una mala décima ––también coprológicay escuchada entre sus amigos bazuqueros–– en la que figuraban notables personalidades españolas del siglo diecinueve:
Me cago en Prim y en Topete
en Serrano y Castelar
y en todo peninsular
de Madrid a Albacete.
Me cago en el Guadalete
y en toda la gente guapa
que del registro se escapa
y para hacerlo en conjunto
me cagaré hasta en el punto
que ocupa España en el mapa.
Por fin, en la siguiente cuarteta el vulgo retoma la superioridad nica ante los colegas peninsulares de Darío:
Rosales y Mejías,
poetizos españoles:
sois un par de frijoles
entre la mierda mía.
Evidentemente, el Rubén de los bazuqueros de Managua pertenecía al fenómeno de la miticidad dariana ––en la cual tanto ha insistido Nicasio Urbina–– que identifica a Darío con un vulgar improvisador y aficionado a la bebida y a las mujeres. Todos estos ejemplos ––como señaló oportunamente Ricardo Llopesa–– “tienen más relación con la picaresca soez que con la poesía”. Y, si acaso persisten, no podrían desterrarse del imaginario popular.
Esta entrada fue modificada por última vez el 26 de enero de 2024 a las 4:00 PM