I
Más de 30 mil mentiras se fueron con Donald Trump.
Y eso sin contar las calumnias vertidas contra Nicaragua, más las patrañas que financió a sus secuaces para tumbar al gobierno constitucional en 2018.
The Washington Post ya había contabilizado el 5 de noviembre pasado, 29 mil 508 falsedades.
Ni los dueños de las redes sociales, donde no son pocos los que trafican insidias, embustes, difamaciones y otras miserias del alma a la velocidad vertiginosa de la oscuridad humana, lo soportaron. Le cancelaron las cuentas.
Si Twitter y Facebook aplicaran el aviso cantinero de Se-reserva-el-derecho-de-admisión con el mismo rigor a los emborrachados de filias y fobias que han degenerado estas plataformas en inmundos vertederos, quedarían unos cuantos.
Mas los negocios son negocios: nunca antes la mentira estuvo tan arrellanada en el solio del poder. Pero el poder de destruir, de alimentar odios y prejuicios, de asesinar incluso la reputación de un gobierno para arrasarlo con todo y país.
El falso testimonio se ha vuelto una poderosa industria.
Lamentablemente, ciertos políticos de la Unión Europea han clasificado la mentira en buenas y malas, según convenga. Cuando una falacia de Trump perturbaba el Norte-Mundo, era lo que era: mentira. Si la arrojaba sobre el Sur-Mundo, escuchaban embelesados “la verdad revelada”.
El falsario, abierto o encubierto, siempre tiene una narrativa espuria, fabricada para ser creída por mentirosos peores que él. Porque en este siglo, en el que los valores de toda la vida son desechados por “anticuados”, los hechos también han pasado de moda.
Sí, en el mundo de las intrigas y la codicia organizada, no hay lugar para la realidad. Lo único válido es el engaño masivo, pero no del periodismo, sino de los dictadores de la opinión pública. Dedicados al desalmado arte de manejar la conciencia de los demás, no necesitan más que una mentira descafeinada: “la percepción”.
Gracias a Dios, el Señor Jesús nos advirtió sobre los fariseos “divinos” y mundanos de todas las edades:
“Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. Él ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira” (Juan 8:44).
II
Resistirnos a la mentira debe ser una obligación, tal como hizo el buen ciudadano que reclamó sus derechos a un policía de tránsito de Ciudad Sandino. Pero este, faltando a la verdad de lo ocurrido en la calle, premió al busero provocador del accidente. Ni siquiera levantó el croquis reglamentario, conminando al perjudicado a que desapareciera del escenario de la colisión, para favorecer al transportista que lo sobornó.
Pero no se largó.
Esperando plantearle la situación a un gendarme digno de lucir el traje azul de la institución, el ciudadano más bien fue llevado a la delegación, ahora acusado de “obstruir el tráfico”. Aquí, el “representante de la Ley” –el tercer uniformado en fila– a modo de presión, dejó pasar las horas, incluido el mediodía. Sabía que era un empleado.
El conductor inocente, exhausto, viéndoselas en la sin remedio, debió pagar lo que merecía el culpable del choque, para que le entregaran sus documentos con el carro dañado, y poder volver al trabajo. ¿Será justo?
No importa en qué nivel y ubicación se halle el mentiroso, el prevaricador, el arribista; si es civil o policial: el Estado no es el lugar indicado para esta clase de gente que desde adentro dinamita el esfuerzo de un pueblo de andar por rutas de paz, de justicia y del buen vivir.
No en balde, el líder saliente de la mayoría republicana del Senado, Mitch McConnell, asumió su papel, aun cuando se trataba de acusar al máximo dirigente de su partido del asalto al Capitolio. En el Congreso imputó al expresidente, Donald Trump: “La turba fue alimentada con mentiras”.
Es una digna lección de rectitud para ciertos opositores, tanto dentro como fuera del Parlamento nicaragüense. Estos, en vez de estrenar su pretendido talante democrático, rápidamente exhibieron su servil subordinación a la deriva autoritaria de antiguos ultraizquierdistas, algunas directivas de oenegés, “religiosos” y radicales libres –tan peligrosos en el cuerpo humano como en el cuerpo social–, conjurados en el golpe de Estado.
A la altura de su cargo y las circunstancias, el republicano desenmascaró la trama golpista: “Fueron provocados por el presidente y otras personas poderosas”.
Hasta los medios estadounidenses evitaron edulcorar la agresión al Estado. No publicaron panegíricos de “analistas” ni editoriales zalameros a los organizadores del putsch.
“Tus mentiras costaron vidas”, denunció el Houston Chronicle en un editorial dedicado al legislador republicano Ted Cruz. ¿A cuántos come-santos les caería bien este titular en Nicaragua?
“Cruz había ayudado a tejer esa red de engaños (“fraude” electoral) y ahora estaba fingiendo preocupación porque millones de estadounidenses se habían visto atrapados en ella”.
“Esos terroristas no habrían estado en el Capitolio si no hubieras organizado este absurdo desafío”, inculpó el periódico, una cátedra a la prensa bananera de Latinoamérica. Sí, esa misma de la-profunda-crisis-que-sufre-la-nación, cuando un país no está en manos de sus “benefactores”: la derecha paleolítica.
III
Hubo dos conspiraciones golpistas: contra EE.UU. y Nicaragua. Ambas alentadas por el magnate.
Pero en el Norte fueron rápidamente señalados por la decencia nacional de “enemigos internos” de Estados Unidos.
Los que lo pretendieron en el Sur fueron alabados por la maquinaria de Trump y sus alquilados “demócratas” nicaragüenses.
Ahora…
Si los invasores del Capitolio no incineraron personas vivas como los golpistas hicieron en Nicaragua, donde algunos sacerdotes y obispos santificaron, ocultaron o justificaron hechos abominables…
Si no robaron ambulancias privadas y públicas como hicieron los “manifestantes cívicos” que despreciaron la gravedad de los enfermos y obligaron a embarazadas dar a luz en los tranques…
Si elementos armados no conminaron a paralizar el transporte de carga nacional e internacional, ni bloquearon la libre circulación de la ciudadanía, ni cerraron las carreteras interestatales…
Si no demolieron el mercado, no perjudicaron Wall Street, ni vociferaron que “la economía no importa…”, con la terrible secuela de aplastar el crecimiento promedio anual del 5% a la calamidad del –6%…
Si no instalaron tranques para tomarse Washington, Boston, Texas, Oklahoma, Virginia, Los Ángeles…, mucho menos que ahí torturaran y asesinaran sin compasión alguna a los que no simpatizaran con sus ideas…
Si no carbonizaron “La Voz de los Estados Unidos de América”, VOA…
Si no colocaron francotiradores para liquidar a miembros del FBI y la Guardia Nacional que cumplían su misión de salvaguardar bienes y vidas en El Capitolio y sus inmediaciones…
¿Por qué, entonces, en los Estados Unidos deben rendir cuentas ante la justicia?
Por armar una “insurrección”. Por “enemigos y terroristas domésticos”. Por “destrucción federal”. Por el saldo fatal y heridos. Por un “golpe de Estado”.
Sin embargo, por esos mismos cargos con que el Estado de Nicaragua incriminó a los enemigos internos, la OEA vilipendió a Nicaragua y la CIDH glorificó la doble moral del golpismo.
En cambio, los “enemigos internos” de EE.UU. asumieron públicamente sus destartaladas convicciones.
No atribuyeron a otros sus actos reñidos con la justicia ni cobardemente se hicieron pasar como santulones, damas de la caridad o de la “sociedad civil”, fundaciones…
Ninguno llegó al colmo de la falta de hombría como para escudar sus ambiciones políticas detrás del púlpito ni buscaron el parapeto de una “Carta Pastoral”.
No fueron tan pusilánimes ni mediocres como para que los báculos los arrearan a una “alianza cívica”, que con las estolas les amarraran su “unidad” y que al final del día, se degradaran aún más en tristes ventrílocuos de mitras descarriadas de la misión pastoral encomendada por el Papa Francisco.
Fue todo lo contrario.
Con banderas, lemas, armas de guerra y camisetas estampadas con sus desquiciadas obsesiones como “6 millones de judíos no fueron suficiente”, odas al peor de los terribles campos de concentración Nazi, Auschwitz, esa “gente especial”, como los ensalzó Trump, no enmascaró sus intenciones “políticas”.
Nadie proclamó que eran angelitos “Autoconvocados”.
Los atacantes en Norteamérica fueron claros: “Si no estás preparado para usar la fuerza para defender la civilización, entonces estate preparado para aceptar la barbarie”.
Y entraron al corazón de Washington dando la cara, decididos a tomar del cuello, entre otros, al saliente Vicepresidente y gritando sus propósitos: “¡Cuelguen a Mike Pence!”.
Trump les había arengado: “Si ustedes no pelean como demonios ya no tendrán un país”.
De todo se les podrá acusar a los “enemigos internos” de Estados Unidos, menos del cinismo y la gazmoñería de la que hizo alarde la legión de demonios que Trump contrató para instalar el infierno en Nicaragua.
“Gran protesta en DC. ¡Estén presentes, será salvaje!”, tuiteó el ex.
Y así fue…, pero sin hipócritas ni mojigatos.
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