El exministro de la presidencia de Bolivia, Juan Ramón Quintana, alerta en una entrevista con Sputnik que «estamos asistiendo a nuevas formas de golpismo dirigidas desde Estados Unidos» que incluyen la contratación de mercenarios de empresas privadas de seguridad para cometer magnicidios.
A su vez, Quintana sostiene que «la derecha en América Latina «ha allanado el camino para la intervención estadounidense» y asegura que más allá de quién esté en la Casa Blanca, el objetivo de Estados Unidos hacia América Latina sigue siendo el mismo: «mantener el tutelaje territorial, político, ideológico» sobre la región.
—Bolivia presentó pruebas sobre el apoyo que dieron los entonces gobiernos de Argentina y Ecuador al golpe de Estado en Bolivia y a la posterior represión contra el pueblo boliviano. ¿Fueron acciones unilaterales de cada Gobierno o estuvieron coordinadas?
—Mi apreciación es que el golpe de Estado en Bolivia ha sido tramado desde una entidad extra hemisférica con intervención de países de la región, pero, además, con el acompañamiento y el papel de aliados de la Unión Europea, con algunos representantes diplomáticos de la Unión Europea y, por supuesto, con la participación de otros países como el Reino Unido.
Este ha sido, atípica o inéditamente, un golpe de Estado que ha sido acompañado por una comunidad internacional política de derecha, obviamente aliada a Washington y que su matriz fundamental ha sido la OEA, con los miembros más destacados de la derecha política de la OEA, como Argentina, Brasil, Ecuador, Colombia, Chile y, por supuesto, Paraguay. Cada uno ha colocado su cuota no solo para apoyar el golpe, sino en el sostenimiento del régimen golpista. Pero todo esto, insisto, ha estado dirigido, comandado, tanto por entidades extra regionales y, por supuesto, como no podía ser de otra manera, por organismos e instituciones militares que tienen bajo su cargo la tutela geográfica de América Latina y el Caribe. Me estoy refiriendo concretamente al Comando Sur.
Existen muchas evidencias acerca de la participación de los países de la región de filiación ideológica pro estadounidense en el golpe, en el caso del entonces Gobierno argentino con el envío de equipos y materiales antimotines, armas letales y equipos policiales altamente entrenados, no en manejo de turbas o de disturbios civiles, sino en manejos mucho más complejos y especializados para el manejo de conflictos.
Estas dos evidencias: la de Ecuador y la del Gobierno de Mauricio Macri en Argentina certifica una intervención regional contra un gobierno legalmente constituido, como el de Evo Morales.
—El expresidente Evo Morales denunció que está en marcha un Plan Cóndor 2, nuevamente bajo la dirección de EEUU. ¿Cómo ve usted el escenario en América Latina y qué papel estaría jugando EEUU?
—La declaración de Evo es correcta a partir de los hechos históricos. En América Latina y en el Caribe no se ha producido un desenganche histórico de los golpes de Estado. Los golpes de Estado han sido prácticamente la herramienta política e ideológica desde la segunda mitad del siglo XX, que ha colocado a Estados Unidos en el centro de las operaciones encubiertas de las políticas de cambio de régimen a partir de la guerra contra el comunismo. Es decir, la Guerra Fría ha sido una de las etapas más cruentas que le ha permitido a Estados Unidos destruir gobiernos progresistas, de izquierda, nacionalistas, empezando por Jacobo Arbenz, en Guatemala en 1954, Víctor Paz Estenssoro en 1964, João Goulart en Brasil y otros gobiernos de signo progresista, que han sido derrocados a través de golpes de Estado militares dirigidos, comandados, organizados y financiados por EEUU a través de la CIA, del Comando Sur, USAID y otras agencias de los Estados Unidos.
Estos golpes de Estado durante su lucha contra el comunismo se han recompuesto, reconfigurado frente a gobiernos progresistas. Por lo tanto, hay una continuidad histórica, política de esta hermenéutica de derrocar gobiernos que defienden la soberanía nacional, que recuperan la soberanía de los recursos naturales, que recuperan el territorio y, a partir de los primeros años del siglo XXI estamos asistiendo a nuevas formas de golpismo, estamos asistiendo a un ciclo neogolpista con estrategias golpistas distintas, pero cuyo objetivo sigue siendo el mismo: el de mantener tutelaje territorial, político, ideológico desde Washington sobre América Latina.
EEUU no ha dejado de lado la Doctrina Monroe, no ha dejado de lado la filosofía de dominación imperial de creerse superior, de considerar que su nación es la que guía el destino del mundo, tampoco ha dejado de lado su política de considerar a América Latina como su patio trasero. Si bien Kerry, durante el Gobierno de Obama, señaló que ya América Latina no era considerada el patio trasero de EEUU, sin embargo, esta política de América Latina como patio trasero se ratifica con Mike Pompeo, quien fue secretario de Estado de Donald Trump.
Hoy día esa política, estos tres ejes que guían la política exterior y la política de seguridad de EEUU sobre América Latina, no han cambiado para nada, lo que está cambiando, simplemente, es la forma, la apariencia, y esa es una característica del Partido Demócrata.
No olvides que durante el Gobierno de Obama se ejecutaron la mayor parte de los golpes de Estado en el siglo XX. Te recuerdo, el golpe de Estado contra el presidente de Honduras Manuel Zelaya en 2009, el golpe de Estado contra el presidente Rafael Correa en 2010, el golpe de Estado contra el presidente Fernando Lugo en Paraguay en 2012 y el golpe de Estado contra Dilma Rousseff en 2016, todos al amparo de la política del presidente Obama.
Las huellas son demasiado evidentes, hay una línea de continuidad de los golpes de Estado desde la década de los 50 hasta el día de hoy. Simplemente hay que hacer un recuento de estos ciclos golpistas y hay que tratar desentrañar las modalidades de ese golpismo.
—Pero algunos aseguraron que con Joe Biden y Kamala Harris vendrían unos nuevos tiempos. ¿Usted qué piensa?
—Yo creo que, en realidad, es una ratificación de la política del Partido Demócrata. La política del Partido Demócrata estadounidense es la misma: es apariencia, diplomacia pública, es un lenguaje coloquial, es el gesto franco, benévolo, pero es la misma política imperial, que es la política de Trump, de Bush, de Reagan o de Nixon. Eso no ha cambiado, porque no estamos hablando de gobiernos democráticos en los Estados Unidos, estamos hablando de un gobierno imperial, de una presidencia imperial detrás de la cual está el complejo militar industrial, están las entidades financieras, las grandes empresas de la energía, están las grandes empresas de la producción de armas, pero fundamentalmente las que están vinculadas a la extracción de los recursos naturales.
Por lo tanto, Biden no ha cambiado absolutamente nada la política de Donald Trump. Hoy se siguen aplicando las mismas políticas unilaterales de sanción contra Venezuela, hoy día se está promoviendo un cambio de gobierno en Cuba financiado abiertamente con recursos de USAID, hoy día se está tratando de aplicar la política de cambio de gobierno en Nicaragua y hoy día se sigue asediando al Gobierno de Luis Arce que ganó con el 55% de los votos. Esto no va a cambiar y, con toda seguridad, la mano nefasta de EEUU está tratando de influir en el escenario del Perú, como seguramente lo está haciendo en el caso de la Asamblea Constituyente en Chile. Lo que pasa es que, si nosotros nos perdemos en estos mensajes de apariencia benévola de una amistad aparente, vamos a perder la perspectiva histórica. La historia es la que nos está señalando de manera categórica que EEUU, con Obama, con Bush, con Trump o con Biden va a seguir aplicando una política contra América Latina, más allá de la ingenuidad de los análisis políticos.
Desde mi punto de vista, hay una guerra permanente desde Washington contra América Latina porque América Latina está hoy día en una disputa geopolítica, fundamentalmente desde el surgimiento de estas potencias medias como Rusia y China y, por lo tanto, hay una disputa gravitante en el campo de la geopolítica y, en ese contexto, se está haciendo hoy día lo que Estados Unidos ha acostumbrado a hacer para mantenernos sometidos a ser su patio trasero.
—¿Cómo analiza la situación en la región tras el asesinato del presidente de Haití Jovenel Moïse, en el que estarían involucrados más de 20 colombianos, varios de ellos militares retirados del Ejército colombiano, y dos estadounidenses?
—Me preocupa muchísimo el magnicidio del presidente Moïse en Haití. Me preocupa demasiado a partir del método que se ha utilizado para este asesinato cruel de un presidente de una nación caribeña y me preocupa, no solamente el magnicidio, sino la crueldad con la que se le ha asesinado, la manera y, fundamentalmente, los actores de este crimenruin.
Particularmente también por estos personajes nefastos, criminales, como estos exmilitares colombianos.
Tengo la impresión de que está empezando a surgir una sombra siniestra sobre América Latina y el Caribe vinculada a la privatización de los conflictos, a la privatización de la guerra, y esto tiene que ver con lo que ha sucedido en Haití, con lo que ha estado ocurriendo en América Latina, particularmente en Colombia. Y Colombia es un país en el que se ha ido experimentando el reclutamiento de mercenarios, de militares y policías que se transforman en mercenarios para servir a empresas privadas de seguridad que tienen sede en Estados Unidos. Hay una tendencia extremadamente peligrosa al empleo de estas empresas privadas para fines políticos estratégicos como es el caso de Haití.
Segundo, hay que recordar con perspectiva histórica que eso no es nuevo. Recuerda el reclutamiento de mercenarios centroamericanos, particularmente, y también cubanos, para la invasión de Playa Girón en 1961. También recuerdo este mismo método de entrenamiento de mercenarios en los conflictos civiles en Centroamérica, como lo hicieron con La Contra para enfrentar al Gobierno del Frente Sandinista de Liberación Nacional en Nicaragua en la década de los 80. Ellos fueron financiados por el Gobierno estadounidense y luego se destapó ese gran escándalo internacional de la venta de armas Irán Contras al mando de un coronel, Oliver North. Por lo tanto, hay un antecedente extremadamente peligroso en las propias guerras centroamericanas.
También hay que recordar lo que ha ocurrido en Bolivia. La denuncia que ha hecho The Intercept respecto al exministro de facto, Luis Fernando López, para contratar mercenarios en Miami para que realizaran el segundo golpe de Estado después de la victoria de Luis Arce y del MAS con 55% de los votos. Creo que nos debe llamar poderosamente la atención estos nuevos métodos de intervención contra gobiernos legalmente constituidos, y aquí el papel tenebroso de las fuerzas militares o policiales que han sido entrenadas por los estadounidenses, ya sea en Colombia, en Perú o en Honduras. Se están construyendo nuevas formas de intervención que, no solamente son los nuevos golpes de Estado, sino nuevas formas de intervención para derrocar Gobiernos o para promover estas experiencias terribles, como los magnicidios.
—Pocos días antes del asesinato del presidente de Haití, los jefes de la CIA y del Comando Sur estuvieron de visita en Colombia. El de la CIA también estuvo en Brasil, y según Bolsonaro, hablaron de Bolivia, de Venezuela, de Argentina. ¿Qué cree que buscaban estos personajes en Colombia y Brasil?, ¿qué esperar?
—Tengo la impresión de que estamos viviendo, después de los ataques a las Torres Gemelas en Nueva York, una fase de militarización de la política exterior de los Estados Unidos que no tiene límite alguno. En nombre de la lucha contra el terrorismo, en nombre de la lucha contra el narcotráfico, en nombre de la presunta lucha contra la corrupción y la promoción de la democracia se están ejerciendo prácticas absolutamente antidemocráticas y que violan la soberanía de los Estados, que viola la Convención de Viena y que tienen que ver con la injerencia en asuntos internos en los países en América Latina.
Por cierto, estas prácticas no solamente dependen del interés estratégico de los Estados Unidos, sino que estas prácticas de injerencia también hoy día dependen de la voluntad política de los gobiernos de derecha que aceptan de manera indecorosa esta injerencia explícita en los países, insisto, de filiación ideológica de derecha, como el caso de Bolsonaro, quien no tiene el menor reparo de que los servicios de inteligencia de EEUU sustituyan a los servicios de inteligencia brasileños. Bolsonaro no tiene ningún reparo de que la Amazonía se internacionalice, no tiene ningún reparo en que la CIA y el FBI tengan que operar con el Ministerio Público o que puedan influir en las decisiones judiciales.
Es decir, Bolsonaro prácticamente ha destruido los mínimos de la soberanía del pueblo brasileño, lo mismo con Macri, que facilitó una injerencia vergonzosa del Comando Sur en Argentina, o el caso de Ecuador, que es un caso tan patético donde hemos visto la restitución de la isla de Galápagos como base militar del Comando Sur para la vigilancia aérea regional a partir de domesticación por el Fondo Monetario Internacional, la domesticación y la sumisión al Comando Sur. O el caso del Perú, donde prácticamente se ha vivido una crisis profunda en los últimos 10 años y que se ha convertido en territorio de nadie y, por lo tanto, de una presencia muy vigorosa de agencias de los Estados Unidos, de la presencia del Comando Sur, centros de entrenamiento policiales, facilidades que han otorgado los Gobiernos peruanos al Comando Sur y a los Estados Unidos.
En conclusión, los Gobiernos de la derecha en América Latina han allanado el camino para la intervención estadounidense simplemente en aras de preservar el poder político y, por lo tanto, han capitulado ante la soberanía de sus naciones. Las fuerzas políticas de derecha lo que han hecho en América Latina en la última década ha sido promover la injerencia estadounidense en distintas esferas, estatales: en la Justicia, en la Policía, en las Fuerzas Armadas e incluso en entidades tan importantes como los Parlamentos.
De tal forma, que hoy día las fuerzas políticas de derecha se han convertido en una verdadera amenaza a las soberanías estatales y en un gran peligro para la capitulación de los Estados en el control de los recursos naturales y, por supuesto, en una gran amenaza para los movimientos populares que protestan legal y legítimamente por sus derechos. Y, obviamente, tenemos que también advertir la conducta de los gobiernos de derecha en América Latina para en el retroceso de las políticas en favor de la sociedad. Hay una reconversión de las políticas, fundamentalmente en políticas sociales de ampliación de derechos, ahora hay un retroceso de esos derechos que se habían logrado durante los Gobiernos progresistas, como en el caso de Correa en Ecuador, Néstor y Cristina en Argentina o Lula en Brasil. Ahora hay un retroceso peligroso que está dañando severamente el tejido de nuestras sociedades y, por eso, este clima de convulsión.
Por cierto, esto a su vez, tiene sus propios efectos políticos y es que cada día las sociedades están adquiriendo más conciencia de sus derechos y, por lo tanto, también, un comportamiento y un compromiso mucho más intenso, antiimperialista, anticapitalista. A medida que vamos conociendo la semblanza de las fuerzas política de derecha, nuestras fuerzas progresistas también multiplican sus esfuerzos para resistir la ocupación del Estado por fuerzas de derecha.