Por, Edwin Sánchez.
I
Allí estaba aquel extraño sin linaje, aquel indocumentado del establishment que no salió de ninguna fábrica de opiniones, de ninguna portada del Time, de ningún conciliábulo “de odio y de miseria”, como diría Rubén Darío.
Sí, allí estaba aquel agricultor de una sola cara, que tampoco la alcurnia política de Washington, acostumbrada a las máscaras, lo terminaba de tragar.
“Me llamo Jimmy Carter, y soy candidato a la presidencia de Estados Unidos”, se presentó sonriente en 1976, teniéndolo todo en contra, con una visión que tal vez sería más para el porvenir, y una misión de alcances que todavía se sienten.
Pocas veces una sonrisa exhibió un espíritu diáfano. Y felizmente práctico.
Y pocas veces la palabra de un Presidente de Estados Unidos tendría el legítimo peso de un hombre más que decente, y tan diferente a lo que la pasada centuria conoció y le tocó soportar.
Los poderosos, como siempre, actuaban al margen de los Derechos Humanos.
Por eso, el exgobernador de Georgia se atrevió a sacar la Carta de las Naciones Unidas del buzón sideral de los correos extraviados, y sin destinatarios, en la Tierra.
He ahí, pues, el hombre que dio un gigantesco paso de la Humanidad en el mundo desconocido de los Derechos Humanos, y sin necesidad de ir a la Luna a abrazar rocas selenitas.
Y puso por primera vez el pie en el ignorado terreno del respeto a los demás.
Un grande había llegado a la Casa Blanca.
Tanto, que sus cuatro años de mandato hicieron lo que no han podido los que sumaron dos periodos presidenciales continuos.
De que era un bendecido de Dios, solo basta ver su ejecutoria humanista, social y política. Porque subió a la cima apertrechado más de los Evangelios que de una ideología, y desprovisto de la ardiente pasión que suscitaba la cacería de brujas a escala mundial entre su generación y la anterior, esas que de “cariño” los más envenenados la llamaban, con rimbombancia geopolítica, “la Guerra Fría”.
Si pudiera explicarse su paso por esta era, deberíamos buscar la fuente en sus creencias verdaderas: su fe irrevocable en Cristo Jesús.
A pesar de ser un quién-es-ése en Estados Unidos, a la sazón era un ilustre bautista del Sur, de avanzada, nada religioso, y con un sentido pragmático que le abrió caminos donde antes no existía ni una trocha, solo la vasta jungla de egos y de intereses creados.
El presidente Carter surgió justo en el tiempo de Dios, y si el Señor de las Naciones no le concedió otro periodo más, sería porque el Altísimo estaba, a través de él, involucrándose demasiado en los asuntos terrenales de los hombres.
Pero sí era necesario que aquel “inexperto en política internacional”, “ignorante” en los temas de altos quilates en el escenario caótico de entonces, aquel “manicero” de Georgia en Washington —llamado así despectivamente por el statu quo— moviera la Historia mundial como ningún otro.
Sin quererlo, la clase política adelantaba una alegoría que lejos de deprimirlo, lo animaba.
Es que no había sido en vano que Dios le hizo descubrir a George Washington Carver (1864-943) los secretos no del Universo como el científico había pedido, sino de todos los misterios contenidos en un grano de maní.
II
Una ilustración que nos toca en la médula de la Historia es que el presidente Carter estrenó su política de Derechos Humanos en Nicaragua.
Ocho presidentes de Estados Unidos se sucedieron en fila para mantener, sostener y amamantar la dictadura más longeva de América, la del primer Somoza que mereció el desprecio, y a la vez el respaldo dulcemente agrio de Franklin Delano Roosevelt: “Es un hijo de p…, pero es nuestro hijo de p…”.
Por vez primera, con Carter al frente, Estados Unidos dejó ver la Nicaragua real que ocultaba al mundo: una rancia dictadura que ya no debía seguir cometiendo más atrocidades en nombre de la Democracia, ni aprovechándose de los infundados temores del “comunismo internacional”, o de lo que fuera, a fin de justificar sus tropelías.
Carter le quitó el respaldo incondicional a Tacho. Dejó de ser el mimado del Departamento de Estado. Obviamente, la responsabilidad histórica de asumir los riesgos sublimes de derrocar a Somoza en el territorio nicaragüense, recayó en el FSLN y el pueblo.
Aun hoy, los viudos originales del somocismo, y plañideras de segunda mano, no se ahorran ni un epíteto en contra del notable Jefe de Estado.
Lamentan que el presidente Carter “haya traicionado a Nicaragua”, entendiendo que los Somoza eran “Nicaragua”.
Sin embargo, el muchacho de Plains hizo lo que correspondía a un espíritu cristiano, porque aquella deformación de la naturaleza humana, enquistada por más de 40 años en el poder, chocaba con sus principios de respeto y justicia, heredados de su papá.
Y era la primera vez, en muchísimos años, que un Presidente asumía los valores mismos de la sociedad norteamericana, no siempre bien representada por la cúpula de Washington, donde privan intereses y sinrazones, y no lo que la misma Declaración de Independencia proclama: “que todos los hombres son creados iguales”, y gozan del “derecho inalienable a la búsqueda de la felicidad”.
Derecho negado a países como Nicaragua, que solo quieren trabajar en paz para mejorar el mundo desde donde nos corresponde.
El presidente Daniel Ortega y la Vicepresidenta Rosario Murillo en su mensaje a la familia del dignatario, hicieron votos para que la vida de este “presidente norteamericano, sencillo y cercano, haga surgir un modelo de entendimiento para la paz y la convivencia de nuestra comunidad de naciones independientes, en este continente, y en el mundo”.
III
Haber rubricado con el prócer de Panamá, General Omar Torrijos, la entrega del Canal constituye un hito en las relaciones de la Unión con América Latina y El Caribe.
Hay otros hechos trascendentales del cual fue protagonista el demócrata, como la firma de la paz en Camp Davis, entre el presidente egipcio Anwar El Sadat y el primer ministro israelí Menahem Beguin en septiembre de 1978.
Y es necesario recordar que cuando malos hijos de Nicaragua levantan sus calumnias por las relaciones de Nicaragua con la República Popular China, el presidente Carter estableció los lazos diplomáticos entre Washington y Pekín hace 46 años, precisamente el 1 de enero de 1979.
¿Y qué descerebrado habló barbaridades de Estados Unidos y lo maldijo porque también reconoció el principio de una sola China y de un solo gobierno constitucional?
Haberle quitado hierro a la áspera política de EEUU hacia Cuba, que no amenazaran a la Isla y amedrentaran a la población con los vuelos rasantes del SR-71 —los mismos aparatos que Reagan mandaría años después contra Nicaragua—, y promover un mejor clima con La Habana, en medio de los demonios de la Guerra Fría, hablan del magisterio de un verdadero estadista.
Por donde se le vea, el bloqueo económico a Cuba es el peor anacronismo que sobrevive de lo más insalubre del siglo XX.
El presidente Carter se pronunció en innumerables ocasiones por el fin de esa terrible política que empeora la situación del día a día de la ciudadanía.
Gracias al trigésimo noveno presidente de Estados Unidos se abrieron las oficinas de intereses de Cuba y Estados Unidos.
Fue tan audaz y sabio el presidente Carter que en marzo de 2011 visitó la asediada isla, se reunió con el presidente Raúl Castro, y se entrevistó con el líder de la Revolución Cubana, Comandante Fidel Castro.
“Tuve el gusto de saludar a Jimmy Carter, quien fue Presidente de Estados Unidos entre 1977 y 1981 y el único, a mi juicio, con suficiente serenidad y valor para abordar el tema de las relaciones de su país con Cuba”, escribió el revolucionario.
Fue la segunda visita de Carter a la isla. En el 2002 también pidió el fin del embargo comercial y abogó por avances en Cuba en materia de derechos humanos, reportó Reuter.
“La Revolución apreció siempre su gesto valiente. En el año 2002 lo recibió calurosamente. Ahora le reiteró su respeto y aprecio”, testimonió el líder cubano.
Es casi seguro que el Dios Vivo y Verdadero lo usó todavía más después de la presidencia, porque James Earl Carter Jr. continuó siendo un gran presidente sin los poderes formales de Washington.
Su paso por el Distrito de Columbia fue como esas obras maestras que en la época cuando fueron creadas, solo son valoradas correctamente por los espíritus más sensibles, que no son los más abundantes. Y deberán pasar los años hasta que se pueda entender y justipreciar lo que en su tiempo no cosechó la atención debida. Porque a los visionarios solo los hombres y mujeres de buena voluntad los comprenden.
Honrar la memoria del presidente Carter es preservar su legado de fraternidad, expresado en el Centro Carter.
Es devolverle a la Carta de los DDHH el espíritu y aliento del hombre que puso en pie los Derechos Humanos, pero no para pisotear las historias nacionales ni convertirlos en cueva de ladrones de soberanías.
Tal fue el presidente Carter, un extraordinario hijo de Estados Unidos, el hombre que vio semejantes, no vasallos ni esclavos.
Vio unión nacional, no segregación racial.
Vio cooperación mutua, no intereses unilaterales.
Vio Repúblicas, no colonias.
Vio un mundo distinto, no una tierra de rapiñas del poderoso sobre el débil.
Vio relaciones de respeto, no de imposiciones y bloqueos económicos.
Vio colaboraciones, no intervenciones.
Vio paz, no guerras.
Vio amor, no odio.
Vio hermanos, no enemigos.
He ahí Cien Años fecundos. Cien Años de Solidaridad…
Esta entrada fue modificada por última vez el 3 de enero de 2025 a las 12:22 PM