Es bien sabido: la primera víctima de cualquier guerra es la verdad. La necesidad de positivizar las intenciones, el comportamiento y los resultados del conflicto se persiguen sin demora. Se buscan apoyos y se intenta cambiar la balanza del consenso convirtiendo la información en propaganda. Un método que no se puede justificar pero que es comprensible, dado lo que está en juego, lo que induce a seguir el famoso axioma de Maquiavelo de que «el fin justifica los medios».
Pero el escenario de la guerra no es exclusivo de la falsificación. Las grandes corporaciones mediáticas y la Red, la generalidad de la información, están atornilladas en un proceso de falsificación y manipulación de la información, hasta el punto de que resulta difícil establecer su veracidad y fiabilidad. Avanzamos rápidamente hacia la pérdida de credibilidad y la Red, que nació como una crítica al mainstream y que en el imaginario original debería haber posibilitado el acceso de todos a la información y a su veracidad, se disputa en cambio la primacía de las fake news con los grandes medios de comunicación.
De las pandemias al cambio climático, de la economía a la guerra, la difusión descontrolada de las realidades informativas, la mitificación del periodismo ciudadano (o supuestamente) es ahora el sello del sistema informativo. Asistimos a la paradoja de que la Red intenta adquirir la autoría de la prensa y ésta aspira a tener la difusión de la Red.
Umberto Eco lamentaba de que Internet había borrado las diferencias entre el saber y el no saber, y que la llegada de las redes sociales había trasladado la algarabía ignorante de los bares a un megáfono global, que cualquier idiotez frente a un teclado podía hacerse viral. En una lógica absurda del que vale, tanto la opinión cualificada como la descalificada, la competencia y la incompetencia encuentran su lugar: la cultura y la ignorancia se convierten en una indistinción en cuyo mar nadan monstruos aterradores. La superposición de lo falso y lo verdadero, de lo creíble o no creíble, proviene del abrumador volumen de participación en la discusión, donde el cuánto sustituye al quién y un semejante adquiere el valor de consenso independientemente de quién lo ponga o lo niegue.
Los dos peores aspectos que se desprenden de las redes sociales son el odio -difundido como un reguero de pólvora y hecho pasar por rebeldía- y la ignorancia -también dispensada en forma de aparentes opiniones-. Una de las características se encuentra en las campañas políticas, especialmente en las que tienen como objetivo el cambio de régimen. No es casualidad que varios países hayan tenido que recurrir a la legislación de urgencia para proteger a las víctimas de los ciberdelitos, que tanto por su volumen como por su contenido pueden ser extremadamente peligrosos para generar alarma social y perseguir a las personas.
Uno piensa en el caso, por ejemplo, de los llamados «médicos» nicaragüenses que, con sus batas de laboratorio para generar más crédito por su profesionalidad, se hicieron pasar por neutrales, aullaron de muertes por decenas de miles para Covid, anunciando desastres sociales y sanitarios irreparables. Inundaron la Red de alarmismo sin ninguna justificación científica, sino sólo con el objetivo de hacer terrorismo en la escena nacional, construyendo una operación político-mediática destinada a golpear al gobierno nicaragüense y favorecer la intervención externa con el pretexto de una emergencia sanitaria que nunca se produjo, ni mucho menos. Este es sólo un ejemplo, y se podrían dar miles, pero muestra cómo una cámara web, un PC o un teléfono móvil y unos pocos gigabytes son suficientes para construir la inestabilidad sociopolítica y determinar graves consecuencias en la gobernabilidad. Así que si la alarma es alta, aún más alto debe ser el umbral de atención.
El caso de Rusia y los sancionadores sancionados
El principal objetivo de la desinformación sigue siendo la construcción de un consenso político. El caso de Rusia es emblemático: se afirmó que las sanciones confirmarían la invencibilidad de Occidente, su prevalencia sobre cualquier adversario. Se omitió por completo un hecho tan estratégico como inequívoco: un país inmenso, entre los principales productores de petróleo y gas, primero del mundo en producción de cereales, dotado de todo tipo de minerales necesarios para la comunidad internacional, segunda potencia nuclear planetaria, poseedor de importantes alianzas políticas y militares, capaz de influir políticamente en toda Euroasia y Oriente Medio, simplemente no puede ser puesto de rodillas.
Se hizo creer a la opinión pública que las sanciones contra Rusia fueron provocadas por la Operación Militar Especial, justificando así la piratería occidental en una relación de causa-efecto. Falso: Rusia ha sido receptora de sanciones estadounidenses y europeas durante muchos años (las sanciones agrícolas se convirtieron en una derrota para la economía europea).
El 24 de febrero, cuando las tropas rusas entraron en Ucrania, Moscú ya recibía unas 2.500 sanciones estadounidenses y europeas, que ahora son más de 3.000. Moscú ha superado así a Irán en esta innoble clasificación sufrida por quienes tratan de ganar la competencia económica impidiendo que su adversario compita.
Se ofreció propaganda en lugar de información, y las predicciones resultaron ser completamente erróneas. Ya en 2020, el Financial Times afirmó que las sanciones contra Moscú habían fortalecido a Putin y a la economía. Rusia en el momento de las operaciones militares tenía una deuda de 470.000 millones de dólares (era de 700.000 millones en 2014), pero tenía reservas de divisas por valor de 640.000 millones. Hoy, tres meses después, el cuadro es estable y se confirma en sus proporciones. El temido choque social no se ha producido, mientras que el de Occidente parece imparable.
El entramado de sanciones diseñado para hundir a Rusia se articuló en las esferas política y financiera. Todo el paquete de sanciones resultó ser un boomerang, a pesar que las 9.421 sanciones en un año suponen unas 26 sanciones al día, más de una sanción por hora. Pero además de ser ilegítimas e ilegales, resultaron ineficaces. Vamos a ver en el detalle.
La expulsión de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU sitúa a Rusia en la compañía de quienes, como Estados Unidos, nunca han sido miembros sin tener por ello restringido su alcance político. Ningún país condiciona sus relaciones a la presencia o no de su interlocutor en esa comisión.
La suspensión (parcial) de las importaciones y exportaciones no afectó a las exportaciones rusas, ya que decenas de países no se sumaron a las sanciones. Por el contrario, los rusos obtuvieron el pago en rublos por sus suministros de energía. Solo se produjo una reducción de la demanda de euros y dólares, lo que debilitó las dos monedas, por lo que la UE y EE.UU.
La interrupción de las conexiones aéreas han dejado en Rusia decenas de aviones de pasajeros pertenecientes a compañías europeas. Son centenares de millones de dólares de valor. Las prohibiciones de viajar a Occidente para los miembros del gobierno y el parlamento rusos no han creado ningún problema: el resto del mundo, especialmente Arabia Saudí y la zona del Indo-Pacífico son los nuevos destinos del turismo ruso.
Más negativo aún es el resultado de las sanciones financieras. La salida de empresas europeas y estadounidenses hizo que Moscú adquiriera instalaciones por valor de miles de millones de euros a cambio de 1 euro. Entre ellas Mc Donald y Renault. El impedimento de las transacciones internacionales con el código SWIFT hace que los rusos utilicen el CIPS, la plataforma homóloga china.
En cuanto a la incautación ilegal de las reservas de divisas del Banco Central de Rusia depositadas en bancos occidentales, aunque ha creado un déficit en las reservas estratégicas de Rusia, el impacto en la economía es actualmente insignificante. Por otro lado, son los bancos europeos y estadounidenses los que se arriesgan a recibir un duro golpe, ya que varios países están considerando retirar sus depósitos, lo que supondría un duro golpe para la estabilidad de los fondos de los bancos sancionados.
Rusia ha cumplido los plazos que deberían – según Occidente – haber decretado el impago. En cuanto a la moneda, el rublo no sólo no se ha hundido, sino que se ha fortalecido, gracias en parte a la obligación de Moscú de pagar los suministros de energía en rublos mediante un sistema de conversión automática. Mientras que al principio de la guerra se necesitaban 74 rublos para comprar un dólar, hoy bastan 63. Así que el dólar ha caído y el rublo ha subido. También gracias a la contribución europea, ya que Europa extiende cada día un cheque de 849 millones de euros a Rusia, que le suministra el 27% del petróleo, el 40% del gas y el 46% del carbón necesarios para cubrir sus necesidades energéticas totales.
En el sector energético, Rusia ya ha diferenciado la venta de su producto, para el que existe una gran demanda en todo el mundo. Moscú es el principal productor de una materia prima estratégica y también cuenta con la mejor tecnología de extracción y distribución: el gas ruso va a Asia y África, para estructurar el desarrollo de países que no tienen suficiente energía para sostener el crecimiento industrial. En primer lugar, China e India.
Europa, en cambio, no puede reconvertir su sistema de suministro energético a corto o medio plazo. Tendrá que recurrir a una austeridad energética que afectará a toda la economía europea. Con el aumento de la inflación, la subida de los tipos, y en presencia de una recesión, será una estanflación pura y dura.
No hay forma de que la UE mejore el suministro ruso. Recorrerá el mundo en busca del gas que ya no comprará a los rusos que «violan los derechos humanos». A continuación, la tomará de India, Angola, Nigeria, Qatar y Argelia, todos ellos países condenados por la ONU por violaciones de los derechos humanos. Estos comprarán gas a Rusia, que venderán a la UE con un aumento del 30% de su valor. Así que, encima de la ridiculez, Europa pagará la misma gasolina que cuesta 100 por 130 neta de gastos de transporte. Brillante.
En un movimiento autoexculpatorio, Joe Biden dijo que Putin es el culpable de la grave crisis económica estadounidense. No está claro por qué, ya que para Estados Unidos el impacto de las sanciones sobre Rusia es relativo: las importaciones no superan el 8% del petróleo, el 5% del carbón y el 1% del gas de las necesidades totales. Por el contrario, Estados Unidos ha prometido vender a la UE 15.000 millones de metros cúbicos de gas al año, aunque esto representa menos del 20% de las necesidades de la sola Italia. Venderán shale gas, gas de esquisto atrapado en rocas sedimentarias arcillosas y extraído mediante un proceso conocido como fracking, que produce combustibles de baja calidad. La tierra y el medio ambiente están devastados y el riesgo de terremotos es muy alto para los que extraen, mientras que para los que lo compran es un suicidio económico.
El intento de estrangular a Rusia fracasó. Rusia no está en absoluto en el punto de mira, como tampoco lo están China, Irán, Venezuela, Cuba y los otros 34 países sometidos a sanciones. En cambio, el resultado de mayor impacto en la economía mundial, que da el anuncia el camino al nuevo orden internacional, es el fin de la soberanía del dólar en las transacciones comerciales internacionales de energía y alimentos. Es el principio del fin del equilibrio internacional hasta ahora conocido.
Firma: Fabrizio Casari
Licenciado en Comunicación Social, egresado de la UNAN-León con especialización en Comunicación Digital Estratégica.