Por, Stephen Sefton
29 de septiembre 2024
Hasta el presente momento en la historia contemporánea se ha mantenido vigente el sistema de relaciones internacionales entre naciones soberanas derivado del Tratado de Westphalia de 1648 el cual terminó otra de los innumerables guerras fratricidas entre los pueblos europeos. En ese momento histórico, Europa todavía fue una región periférica en comparación con los grandes imperios de Asia, como el imperio Otomano en el mundo islámico, el imperio Mughal en la India o el imperio de la dinastía Qing en China. Los Estados Unidos norteamericanos ni existía.
El avance del imperialismo europeo, inicialmente en las Américas, luego en Asia y África, culminó en el Siglo 19 con el efectivo dominio global del mundo por los poderes de la Europa occidental acompañado por el poder imperialista emergente de los Estados Unidos norteamericanos. Aun con el destructivo impacto de la Primera Guerra Mundial, este sistema internacional se mantenía hasta 1945. En ese momento, luego de la derrota de la Alemania nazi y el imperio japonés, Estados Unidos aprovechó su propia situación económica ventajosa para imponer un orden internacional a su gusto y antojo en la mayoría del mundo.
La coartada propagandística occidental de haber derrotado el fascismo en Europa y el imperio japonés en Asia permitió a Estados Unidos y sus aliados ufanarse hipócritamente de su sistema democrática y su defensa de la humanidad a pesar de sus innumerables terribles crímenes de lesa humanidad durante la época colonial. De hecho, la derrota de la Alemania Nazi con sus numerosos aliados europeos se debía principalmente al sacrificio de los pueblos de la Unión Soviética. Tampoco habría posible la victoria sobre el Japón imperial sin el heroísmo y determinación de los pueblos soviéticos y los enormes sacrificios del pueblo de China durante los quince años de la genocida agresión japonesa desde el 18 de septiembre 1931 hasta la rendición de las fuerzas japoneses en China el 9 de septiembre 1945.
En la segunda mitad del Siglo 20, las luchas de liberación de los pueblos del mundo mayoritario forzaron a los poderes colonialistas europeos a ceder progresivamente la independencia formal a sus antiguas colonias. Pero se mantenía el dominio occidental alrededor del mundo por medio de un despiadado sistema de control económico neocolonial bajo el tutelaje de las élites norteamericanas quienes repartieron las respectivas esferas de influencia global con los poderes imperialistas europeos. El único contrapeso a este nuevo sistema imperialista fue la activa presencia internacional de la Unión Soviética y la República Popular China y su solidaridad antiimperialista con los pueblos del mundo mayoritario.
Antes del fin de la Segunda Guerra Mundial, las élites norteamericanas, con sus aliados, impulsaron la fundación de la Organización de las Naciones Unidas y sus instituciones asociadas. La razón de ser de la ONU era supuestamente para fomentar un orden mundial equitativo de paz y justicia basado en el derecho internacional, con sus puntos esenciales enunciados en la Carta de la ONU. Sin embargo, las instituciones de la ONU, ubicadas en los países occidentales, siempre reflejaban el predominio ideológico y político estadounidense y europeo. Además, la práctica de la ONU fue viciado desde su inicio cuando efectivamente ignoró su propio razón de ser al autorizar el establecimiento del genocida estado colonialista de Israel basado en la limpieza étnica de la población palestina impulsada por la ideología sionista.
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Esta decisión de la ONU y la subsiguiente guerra genocida en Corea, bajo el amparo de la ONU, indican como, desde su fundación, la ONU ha sido un mecanismo constantemente abusado por los poderes occidentales para imponer su voluntad y sus intereses. Ahora, el apoyo incondicional de las élites gobernantes de los Estados Unidos norteamericanos y de sus países satélites facilita las continuas, masivas masacres en Palestina y el Líbano. En efecto, con la vana esperanza de poder sostener su anterior dominio mundial, las clases gobernantes occidentales siguen de manera decidida en permanente guerra contra los pueblos del mundo mayoritario como han estado durante siglos.
Para el momento, todavía no es posible identificar el fin definitivo del supremacismo occidental, pero no hay duda que el declive del poder e influencia de los Estados Unidos norteamericanos y sus satélites se está acelerando. La progresiva disminución del poder occidental está marcada por el correspondiente colapso de la credibilidad del sistema de relaciones internacionales consolidado en 1945, más que todo el fracaso categórico de la ONU. Aumentan cada vez más las llamadas para la reforma de las Naciones Unidas, un tema abordado con urgencia primeramente por nuestro Canciller de la Dignidad, Padre Miguel d’Escoto, durante su presidencia de la Asamblea General entre 2008-2009.
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