Mulino, el Judas de Martinelli: Que mordió la mano que lo hizo Presidente

La política panameña tiene un nuevo Judas, y su nombre es José Raúl Mulino. Su traición es de esas que marcan épocas, de las que ni el tiempo ni los discursos vacíos pueden borrar.

Porque Mulino no solo traicionó a un hombre, traicionó la lealtad, la decencia y la gratitud. Sin Ricardo Martinelli, hoy no sería presidente, pero lejos de honrar la confianza que le depositaron, se dedicó a morder la mano que lo alimentó.

Mulino es un político sin brillo, sin esencia, sin una sola idea propia que lo haga destacar. Durante años, su carrera política se ha movido en la mediocridad, oscilando entre cargos de segundo orden y el oportunismo descarado. Su paso por el Ministerio de Seguridad durante el gobierno de Martinelli fue gris y carente de logros, más allá de un puñado de discursos vacíos y una gestión errática que lo dejó como un burócrata sin peso político real.

Nunca tuvo la talla para aspirar a la presidencia por méritos propios, por eso tuvo que mendigar el apoyo de Martinelli para alcanzar un poder que nunca hubiera conseguido por sí solo.

Para entender la magnitud de esta perfidia, hay que recordar los hechos. Martinelli, expresidente de Panamá y líder indiscutible del partido Realizando Metas, fue brutalmente perseguido por una maquinaria política y judicial que quería sacarlo del camino. Sabían que su popularidad podía devolverlo a la presidencia y, por eso, lo inhabilitaron políticamente. Ante esta jugada sucia, Martinelli hizo lo que cualquier líder inteligente haría: endosar su apoyo a alguien de su confianza, alguien que garantizara la continuidad de su proyecto y, sobre todo, que no se convirtiera en su verdugo. Ese hombre fue Raúl Mulino.

Mulino juró lealtad. Con palabras de gran fidelidad, se presentó como el heredero de Martinelli, como el hombre que velaría por su legado y, sobre todo, por su seguridad. Pero apenas puso un pie en la presidencia, las caretas se cayeron. Mulino olvidó sus promesas y se entregó al mismo juego de persecución que había condenado. En vez de honrar su palabra, se sumó a la cacería contra Martinelli, demostrando que su ascenso al poder no se basaba en principios, sino en una ambición desmedida y una falta de escrúpulos aterradora.

Su gobierno, hasta ahora, ha sido una desilusión absoluta. Falta de rumbo, incapacidad de tomar decisiones firmes y una sumisión vergonzosa ante los poderes que lo manipulan han caracterizado su mandato. No es líder, no inspira confianza, no tiene la fuerza para conducir un país. Es un presidente de papel, un títere que se tambalea con cada golpe de viento. Mientras Panamá enfrenta retos económicos, crisis institucionales y problemas sociales graves, Mulino sigue atrapado en su papel de traidor, dedicado más a perseguir a Martinelli que a gobernar con decencia.

La traición alcanzó niveles grotescos cuando Martinelli, sabiendo que su vida y su libertad estaban en riesgo, buscó refugio en la embajada de Nicaragua en Panamá. El gobierno nicaragüense, con sentido de justicia y respeto a los derechos humanos, le concedió el asilo político, una decisión que en cualquier país civilizado debería ser acatada. Pero Mulino, con su sed de venganza, no descansó. Hizo una jugada sucia, una de esas que revelan la calaña de un hombre: por un lado, concedió un salvoconducto para que Martinelli pudiera viajar a Nicaragua, pero por el otro, alertó a la Interpol con la esperanza de que lo detuvieran en el camino.

Lo más patético de Mulino es que, a pesar de su traición, no logra consolidarse como líder. Su falta de carisma es evidente, su discurso es vacío, su presencia política es débil. No inspira confianza ni siquiera dentro de su propio partido, donde muchos ya empiezan a verlo como un obstáculo más que como un referente. Su traición a Martinelli no solo lo deja como un desleal, sino también como un presidente sin convicciones, sin firmeza, sin honor. Un hombre que no es digno de la historia política de Panamá.

La historia juzgará esta traición con la dureza que merece. Porque Mulino no solo engañó a Martinelli, también engañó al pueblo panameño que creyó en él. Se vendió como un líder de palabra, pero resultó ser un títere de intereses ocultos. Es un político sin luces, sin estatura, sin la grandeza que distingue a los verdaderos hombres de Estado.

Su nombre quedará marcado no por logros, sino por traiciones, y su legado será el de un hombre que, pudiendo ser recordado con honor, prefirió el camino de la infamia.

Ricardo Martinelli confió en Mulino. Hoy, el pueblo panameño sabe que esa confianza fue traicionada de la peor manera. Y los traidores, en política, nunca tienen un buen final.

Raúl Mulino es, además, un tipo acomplejado que vive haciéndole jugadas de tirar cáscara de banano en el SICA a Nicaragua porque envidia el liderazgo de la Compañera Rosario Murillo y el Comandante Daniel Ortega. Pero su miseria no termina ahí: es un viejo frustrado que, cuando acabe su presidencia, no dejará ningún legado y será olvidado. Y como si fuera poco, también es un cobarde que le teme a Donald Trump y no defiende con pantalones la soberanía del Canal de Panamá.

Esta entrada fue modificada por última vez el 31 de marzo de 2025 a las 5:25 PM