Por: Stalin Vladímir
Desde su llegada al poder, Daniel Noboa ha demostrado ser mucho más que un líder inexperto. Ha evidenciado una peligrosa inclinación hacia el autoritarismo, tomando decisiones unilaterales, socavando la institucionalidad del país y consolidando un régimen que se aleja cada vez más de la democracia. Ecuador, en lugar de avanzar hacia un futuro estable, se encuentra atrapado en un gobierno donde la represión y la imposición son la norma.
Bajo el pretexto de combatir el crimen y la inseguridad, Noboa ha desplegado a las fuerzas militares en múltiples ámbitos de la vida pública. Si bien el país enfrenta un grave problema de violencia, su solución ha sido la militarización de calles, instituciones e incluso funciones civiles. Lo que inicialmente fue presentado como una medida de emergencia se ha convertido en la excusa perfecta para gobernar sin rendir cuentas. Cualquier intento de crítica es sofocado con la retórica de la «seguridad nacional».
No es casualidad que las denuncias de abusos policiales y violaciones a los derechos humanos hayan aumentado de manera alarmante. Desde detenciones arbitrarias hasta allanamientos sin orden judicial, la dictadura de Noboa se ha convertido en una maquinaria represiva. La impunidad con la que operan las fuerzas del orden refleja un sistema en el que el poder ya no responde a los ciudadanos, sino que se ha blindado contra cualquier rendición de cuentas.
El caso más emblemático es el de la vicepresidenta Verónica Abad, enviada a Israel bajo el pretexto de una «misión diplomática», un eufemismo para desterrarla del panorama político nacional. Su oficina en Quito fue desmantelada y su rol dentro del gobierno, reducido a la irrelevancia. Este hecho no es más que un claro intento de concentrar el poder y eliminar cualquier sombra de disidencia dentro de su propio gabinete.
Noboa no solo ha sido un desastre en la política interna; también ha logrado aislar a Ecuador en el ámbito internacional. La violación del derecho internacional al asaltar la embajada mexicana en Quito para capturar a Jorge Glas fue un acto sin precedentes que generó un escándalo global. La comunidad internacional condenó la acción, dejando a Ecuador en una posición de debilidad diplomática. En respuesta, el gobierno mexicano rompió relaciones con el país, y otras naciones han expresado su desconfianza ante un mandatario que no respeta las reglas del juego internacional.
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Este no ha sido el único desacierto en política exterior. La gestión de Noboa ha demostrado una total falta de estrategia diplomática, dejando a Ecuador sin aliados clave en la región. Sus erráticos discursos han provocado tensiones con gobiernos vecinos, y su falta de liderazgo en foros internacionales ha debilitado la imagen del país. En lugar de construir relaciones beneficiosas, Noboa ha sembrado discordia y desconfianza, dañando la posición geopolítica de Ecuador.
Más allá de su inclinación autoritaria, la incapacidad de Noboa para gobernar ha llevado a Ecuador a una crisis económica sin precedentes. La falta de planificación y de medidas estructurales ha empeorado la ya frágil situación del país. La crisis energética es solo la punta del iceberg: apagones prolongados han paralizado la actividad económica, afectando tanto a la industria como a la vida cotidiana de los ciudadanos. En lugar de asumir su responsabilidad, Noboa ha preferido buscar culpables en administraciones pasadas, evadiendo cualquier tipo de autocrítica.
Las consecuencias de su mala gestión son visibles en el desempleo creciente, la inflación descontrolada y el colapso de los servicios básicos. Los hospitales están desabastecidos, la educación pública sigue en crisis y los pequeños empresarios han sido abandonados por un gobierno que prefiere favorecer a grandes corporaciones. Noboa ha demostrado ser un líder que gobierna para una élite privilegiada, mientras la mayoría del pueblo ecuatoriano sufre las consecuencias de su ineptitud.
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Lo más preocupante de todo es que Noboa parece estar trazando un camino claro hacia su reelección, ahora en segunda vuelta, utilizando el miedo y la manipulación como herramientas. A pesar de que su gobierno ha sido un fracaso en múltiples niveles, se ha valido de la inseguridad como arma política para justificar su permanencia en el cargo.
Ecuador está en una encrucijada. Con un gobierno que avanza aceleradamente hacia el autoritarismo, la democracia del país pende de un hilo. La segunda vuelta electoral no solo definirá el futuro de Noboa, sino el destino mismo de una nación que ha sido víctima de líderes corruptos e incompetentes durante décadas. Si el pueblo ecuatoriano no toma conciencia de la amenaza que representa este gobierno, el país podría terminar cayendo en un régimen dictatorial del que será muy difícil salir.
Esta entrada fue modificada por última vez el 20 de febrero de 2025 a las 1:14 PM