Por vez primera, Clarisa López Ramos sale de ver a su padre con una sonrisa.
Todo es distinto. Las caricias clandestinas en el pelo y el poderse recostar de su hombro cuando esquivaban la mirada del guardia penal o cuando este se hacía la vista larga.
Pero, en 107 días, a más tardar, todo será apenas un recuerdo.
Después de más 150 visitas a la cárcel de Terre Haute en los últimos 18 años, llegó la hora de planificar el futuro.
Oscar López Rivera, el último revolucionario boricua de la guerra fría que está en prisión y el preso político puertorriqueño que más tiempo ha pasado en cárceles estadounidenses, va a ser excarcelado a más tardar el 17 de mayo, luego de casi 36 años.
“Está feliz, súper alegre”, dijo el sábado López Ramos, al concluir la primera visita de dos que le daría este fin de semana.
Cuando el pasado 21 de enero entró por vez primera a la cárcel, luego que el presidente Barack Obama conmutara la sentencia a su padre, el crisol del mundo se veía distinto.
Las vicisitudes no han cambiado. Después de todo, para el gobierno federal sigue siendo el antiguo militante de las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional (FALN), un grupo que reclamó la autoría de decenas de atentados con bombas, que causaron cinco muertes.
López Rivera nunca ha negado su vinculación con las FALN. Pero, rechaza a capa y espada tener sangre en sus manos.
Como en otras visitas, su hija – que le conoció en una cárcel de Chicago meses después de su arresto el 29 de mayo de 1981-, tiene aún que cumplir con la rutina que impone el carcelero. Reportarse ante un intercom que le autoriza su entrada formal al complejo correccional de Terre Haute, ubicado en la localidad del mismo nombre en el estado de Indiana, con unos 62,000 habitantes, y a tres horas y media y al sur de la ciudad de Chicago.
A los prisioneros les desnudan para registrarles antes y después que salen de recibir la visita. Cuando Clarisa entró el sábado a la sala de visitas, junto a la presidenta del Concejo Municipal de Nueva York, Melissa Mark Viverito, como es usual, un guardia penal le dijo donde sentarse.
Los oficiales de custodia determinan dónde colocan a los prisioneros y sus familiares. El prisionero y su visita se sientan hombro con hombro, en un salón que puede parecer la sala de espera de una oficina o un hospital.
Los visitantes pueden saludar al prisionero al entrar. Después se interpone una barrera hasta el momento de decir “hasta la próxima vez”.
Para, Clarisa López Ramos hasta el sistema le dice cómo y cuándo abrazar a su padre, aunque lo tenga a su lado durante casi siete horas.
“Estamos ambos contando los días, los segundos, los momentos para cumplir más sueños. Por fin hablamos de las cosas que tenemos pendientes fuera de la prisión”, dijo López Ramos, en una entrevista con El Nuevo Día en la escuela Roberto Clemente del barrio boricua de Chicago,cuando habló sobre su primera visita a la cárcel después de recibir “las buenas noticias”.
El fin de semana anterior fue a ver a su padre junto a su abogada, Jan Susler. El sábado la acompañó la concejal Mark Viverito. Ayer, junto a la concejal, se sumaron a la visita la abogada Susler, el congresista demócrata Luis Gutiérrez, su tío José López Rivera y el secretario de la Junta de Directores del Centro Cultural Puertorriqueño de Chicago, Alejandro Molina.
Una vez el presidente Barack Obama conmutó a López Rivera el pasado día 17 su sentencia, que era de 70 años de cárcel, no se supone que permanezca en la cárcel de Terre Haute.
Por lo tanto, López Rivera tuvo que iniciar de inmediato la solicitud del proceso de transición hacia una institución carcelaria de tiempo parcial –que le permitiría salir a trabajar-, o bajo arresto domiciliario.
Su intención es terminar de cumplir su sentencia en Puerto Rico, donde la alcaldesa de San Juan, Carmen Yulín Cruz, le ha ofrecido trabajo. “El deseo de mi papá es vivir conmigo”, dijo López Ramos.
Pero, no hay certeza de que se encuentre un espacio o se finalice el trámite burocrático antes del 17 de mayo.
De todos modos, López Rivera ya comenzó a hacer su mudanza. Sus pertenencias, las acumuladas durante los pasados 35 años en cautiverio, se empaquetan en cajas, algunas con destino a Chicago. Otras ya las embarca hacia San Juan.
López Rivera no saborea las delicias de la cocina puertorriqueña hace más de tres décadas, pero planifica con su hija -amante de la cocina-, las recetas que quiere degustar.
“Me preguntó si me acordaba de hacer los buñuelos de ñame de mi abuela. Me pidió que hiciera un vinagre de piña. Él dice que es vinagre, pero en verdad es pique”, sostuvo su hija.
La cuenta atrás está en marcha. Para acabar, de una vez y por todas, con las despedidas.
Esta entrada fue modificada por última vez el 30 de enero de 2017 a las 11:55 AM