Presidente Biden, tras casi dos siglos:
¿Por qué no diálogo y paz con Nicaragua?
Edwin Sánchez
Presidente Joseph Biden, Su Excelencia.
Hace 110 años, el Poeta Universal, Rubén Darío, escribió lo que ahora mismo Estados Unidos mantiene contra Nicaragua. El General Augusto César Sandino apenas contaba con 15 años de edad. El Comandante Daniel Ortega no pensaba ni nacer. No existía el sandinismo. Menos que el Frente Sandinista estuviera en el poder.
“Hay en este momento en América Central un pequeño Estado que no pide más que desarrollar, en la paz y el orden, su industria y su comercio, que no quiere más que conservar su modesto lugar al sol y continuar su destino con la seguridad, de que, no habiendo cometido injusticia hacia nadie, no será blanco de represalias de nadie. Pero una revolución lo paraliza y debilita. Esta revolución está fomentada por una gran nación. Esta nación es la República de Estados Unidos. Y Nicaragua nada ha hecho a EE.UU. que pueda justificar su política”. (Paris Journal, 27 de mayo 1910).
Señor Presidente.
Si las actuales relaciones entre su gran país, Estados Unidos, y Nicaragua no se encuentran en su mejor momento, no es tanto porque la antigua colonia española, la extinta hacienda de las oligarquías libero-conservadoras, la ex Banana Republic, el desaparecido protectorado feudal de los Somoza (1934-1979) así lo quiera.
Ninguno de esos lamentables ayeres ni sus exiguos representantes anacrónicos hablan por la Nicaragua de hoy. Y, la verdad sea dicha, tampoco es el país el que provoca esta era glacial de la diplomacia: no se trata del “problema” Sandinista. Al contrario, el Gobierno promueve cálidos lazos de amistad y cooperación en el concierto de las naciones, que, además, comprenden a la Unión Americana.
Es el dilatado expediente bicentenario de su nación respecto al nuestro lo que, en estos últimos tiempos, congela en el freezer de la extemporánea Guerra Fría lo que deberían ser unas relaciones cordiales, justas y francas.
El vínculo “perfecto” se daba entre Estados Unidos y su Patio Trasero. Tal era el diseño histórico, pero transitorio de ese arbitrario sometimiento que choca frontalmente con el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo como lo enunció Abraham Lincoln. Es que no es moral, no es correcto, no es cristiano que desde el exterior se enyugue y subyugue a un pueblo con el gobierno de la Metrópolis, por la Metrópolis y para la Metrópolis.
Por eso, el desarrollo de la Democracia no tiene Copyright. No hay derechos exclusivos de un país que englobe el “modelo perfecto” para imponerlo, porque en sí mismo este sistema promueve los derechos inclusivos, sean sociales, políticos y económicos. Derechos amparados y agenciados por el Estado, no parafernalias declamatorias. Hechos, no rituales cínicos.
La vida no empieza, no alcanza ni termina en una boleta electoral.
Y no es que las elecciones sean malas. Lo malvado es que se sustituya la Democracia real por una emisión inorgánica de la misma. Cuando el bienestar material, laboral, cultural y espiritual de la sociedad no va a la par de los procesos electorales, estamos ante una Inflación de la Democracia.
De igual forma como un gobierno pone a circular dinero sin respaldo, también así se fabrica una “democracia” mediocre, donde reina la mediocracia y sobran los políticos invertebrados.
Este “desperfecto” de la Democracia verdadera de no tolerar la exclusión, de no practicar la acepción de personas, de no convertir la vida en una mercancía de las farmacéuticas y la salud en el negocio lucrativo de los que le dieron la espalda a Hipócrates, es tan demasiado humano que lo hace incompatible con el capitalismo en su fase más brutal: el supremacismo unicolor contra el arcoíris de las nacionalidades.
De esto se desprende que ya no es posible que las insalubres ataduras del pasado corrompan la saludable reciprocidad que debe prevalecer entre los Estados civilizados, comprometidos por el bienestar de la humanidad y no al servicio de la codicia organizada a escala planetaria.
Vea. El método de salir de un país cuyo pueblo se tomó en serio el concepto de Estado Nación, básicamente es el mismo. No hay mucha diferencia entre la Guatemala de 1954 y la Nicaragua de 2018.
Claro, narrativas, técnicas y personajes cambian por los que ofrezcan óptimos desenlaces. Los pretextos “progresan” en atraso nacional. Y la experiencia cuenta en esto de afinar los derrocamientos. Hasta los colosales “Campeones de la Democracia” del siglo XX, los gorilas de quepis y charreteras, evolucionan en “rostros cívicos”, saco y corbata o cuello clerical.
Ya no hay portaviones, porque operan mejor los portapeones. Es más barato un pool de oenegés en tierra firme, pero fondeando en el mar de las intrigas por entregas y sus “observatorios”, comparado con lo que cuesta mantener unas cañoneras en las remotas costas de una incierta victoria, pero al fin de cuentas, el producto, en teoría, debería ser el mismo: doblar la cervical nacional ante la insepulta política del Big Stick Rooseveltniano en forma de sanciones.
Nada de eso tiene que ver con la Democracia, sino con el aprovechamiento local de la perfidia y la infamia de los que quieren llegar al poder “ungidos” en el extranjero.
Por supuesto, en los años 50 del siglo XX, la voz del “pueblo de Guatemala” era su “líder rebelde”, coronel Carlos Castillo Armas.
Por supuesto, en los años 50 del siglo XX, la voz del “pueblo de Guatemala” era su “líder rebelde”, coronel Carlos Castillo Armas.
Era la Edad de Piedra de los Golpes de Estado.
El propio ilustre vocero de la ultraderecha internacional, Mario Vargas Llosa, lo sabe muy bien, y sabe también que es la misma receta para Nicaragua, solo que con las aplicaciones adecuadas a la “Edad Virtual”:
“¿Alguien se acuerda todavía del coronel Carlos Castillo Armas? La CIA, el presidente Eisenhower y su secretario de Estado, John Foster Dulles, lo pusieron al frente de un golpe de Estado que organizaron en 1954 contra el gobierno progresista de Jacobo Arbenz, en Guatemala, que se había atrevido a hacer una reforma agraria en el país y a cobrarle impuestos a la todopoderosa United Fruit”.
Presidente Biden.
El 21 de octubre de 1982, Nicaragua estuvo a punta de ser invadida por Estados Unidos. El testimonio de Gabriel García Márquez es elocuente:
“Había otra persona más preocupada que yo, ante la inminencia de esa agresión, y era el propio secretario de Estado de Estados Unidos, George Shultz, quien así se lo había confesado en conversaciones privadas a varios latinoamericanos prominentes que le habían visitado en los días anteriores. El proyecto había sido elaborado por la CIA cuando el secretario de Estado era el general Alexander Haig, y su sucesor lo había recibido como una papa caliente que no sabía dónde poner…”.
Y esto sin contar la Nota Knox de 1909, que dictó el desmantelamiento del gobierno del General José Santos Zelaya.
Sin contar con la invasión de 1912 y el martirio del general y Héroe Nacional, Benjamín Zeledón.
Sin contar con otra superior y masiva invasión en 1925 que incluyó, posteriormente, nada menos que el estreno mundial de los bombardeos aéreos: fue en Nicaragua donde la humanidad padeció por primera vez un poder de fuego nunca visto en la Historia Universal.
A pesar de los devastadores ataques en los que se empleó toda la tecnología militar de punta, y los Efialtes, esos infaltables traidores, el general Augusto César Sandino superó a Leónidas en la Batalla de las Termópilas. Igual que el héroe helénico, junto a un puñado de hombres y mujeres libres, pero sin el temprano entrenamiento militar espartano, se enfrentó a la máxima potencia económica, territorial y militar que se haya conocido desde que el mundo es mundo. Y los expulsó.
Simónides de Ceos, inspirado en la inmolación de Leónidas, escribió su epitafio donde cayó defendiendo a Esparta y Grecia, versos que bien caben para el invicto General Sandino: “Caminante, mira Nicaragua y di a los nicaragüenses que aquí yacemos por obedecer sus leyes”.
Y la primera Ley Patria es la Soberanía.
La Real Academia de la Lengua Española da la completa exactitud de la palabra de mayor calado en castellano: “Poder político supremo que corresponde a un Estado independiente”.
Es lo que hace España. Es lo cotidiano de la Unión Americana. También es la obligación constitucional de China, Israel, Rusia, Suecia, Japón, Noruega, Suiza, Francia, Sudáfrica, Canadá, Australia, Portugal. Es como Inglaterra se conoce en el mundo por sus globales fronteras, extendiendo su soberanía 12 mil 789 kilómetros hasta Las Malvinas, aunque las islas queden nomás a 600 kilómetros de las costas argentinas.
La definición de la RAE no admite matices ni interpretaciones para hacerlas encajar en moldes decimonónicos embalados de “democracia”, “libertades” o “defensa” para enfrentar “las amenazas a la gobernanza democrática” en la región.
De hecho, asumir la soberanía es alcanzar la libertad. Es la médula de la patria. Así lo confirma el Soberano, el pueblo, depositario de la Independencia.
Y no corresponde al relato exógeno definir Nicaragua. Nuestro país no es consecuencia de bloques o soledades. Que si Washington, Pekín o Moscú.
No estamos con aquellas metrópolis que apremian perturbadoras adherencias, ni estamos a favor de corrientes que vayan en detrimento de los símbolos patrios. Porque no es un asunto unidimensional de figuras vacías, sino de altura, longitud, volumen y espíritu: la esencia nicaragüense.
Presidente Joe Biden.
Su predecesor, el 26 de noviembre de 2019, después de proveer millones de dólares que desembocaron en la cruenta desestabilización de Nicaragua el año anterior, encolerizado por el fiasco, declaró a Nicaragua una “amenaza inusual y extraordinaria para la seguridad nacional y la política exterior de EE.UU”.
¿De dónde ese celo por finiquitar en Washington lo que los supuestos “luchadores por la democracia” no pudieron en Managua?
¿Qué les hubiera pasado a los participantes de la “insurrección” del Capitolio ante la justicia estadounidense, si se constata que Nicaragua u otro país “respaldó su lucha por restaurar la democracia” en Estados Unidos?
Sin embargo, Trump al no poder derrocar a un gobierno legítimo, llegó al extremo de tachar y manchar a Nicaragua en el mapamundi con la ensangrentada brocha gorda del Destino Manifiesto y su Corolario Roosevelt.
Fue una manera explícita de rubricar las implícitas responsabilidades foráneas en la intentona del Golpe de Estado, deliberadamente distorsionadas en “pacíficas manifestaciones del pueblo”.
¿Cómo es posible que Nicaragua sea una “amenaza” si con sus islas en El Caribe alcanza hasta cinco veces en el territorio de Texas? Y aún sobrarían más de 45 mil kilómetros cuadrados.
Presidente Biden.
El Presupuesto General de la República de Nicaragua 2022 asciende a dos mil 600 millones de dólares. Mientras, usted ha solicitado al Congreso de los Estados Unidos, la aprobación de 813 mil millones de dólares, solo destinado al rubro de Defensa 2023.
Es más, Nicaragua ni siquiera podría adquirir a los Yanquis de Nueva York, que en abril de este año se volvieron el equipo profesional más cuantioso, al encabezar las franquicias de Estados Unidos: 7 mil millones de dólares. Si el país se decidiera, tendría que entregar dos años continuos su Presupuesto General y todavía quedaría seriamente comprometido el año 2025.
Ya ve usted que no somos una “amenaza” ni para los Bombarderos del Bronx.
Su legado no puede ser una copia de las obsesiones contra Nicaragua demostradas desde los días del presidente Franklin Pierce, pasando por Theodore Roosevelt, William H. Taft, Woodrow Wilson, Calvin Coolidge, Herbert Hoover, Franklin Delano Roosevelt, Richard M. Nixon, Ronald Reagan, hasta Donald Trump.
Obsesiones materializadas a lo largo de casi 200 años con presidentes “electos” en Washington, invasiones, los pactos Dawson de 1910 (el agente especial Tomas Dawson fue el presidente de facto); golpes de Estados y la más dilatada ocupación ejercida por los Somoza con mano de hierro, Patria Crucificada y respaldo absoluto de siete presidentes en fila de EE.UU.
¿No cree que ya es suficiente?
Recuerde lo que el Presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, le dijo:
“En América ya no podemos seguir manteniendo la política de hace dos siglos”.
¿Por qué no respetar a Nicaragua su sagrado derecho humano a vivir en paz?
El Padre Fundador de la Unión Americana, George Washington, estaría de acuerdo en que a la Patria de Rubén Darío se le respetase el derecho humano a decidir su propio destino. Y esto solo se logra con el más elemental de los derechos: el de existir.
Nicaragua sustenta su plena vindicación de la Soberanía y la Autodeterminación.
Las únicas relaciones dignas con Estados Unidos es mediante el diálogo, el respeto mutuo y la paz, no con las fatídicas Doctrina Monroe y su Corolario Roosevelt que nos han causado tanto derramamiento de sangre, subdesarrollo y pobreza.
No profesamos el culto diabólico a la muerte, representados en esos dogmas imperiales.
Celebramos la Vida en Cristo.
El Señor le bendiga, en el Nombre Bendito de Jesús.
Licenciada en Filología y Comunicación egresada de la UNAN – Managua, Periodista de Multinoticias.