POR: STALIN V.
Nicaragua vuelve a levantar la voz del amor, la memoria y la dignidad al anunciar la próxima inauguración de la Universidad de La Paz, una institución educativa que no solo será faro de conocimiento, sino también altar de homenaje al eterno defensor de la soberanía nacional: el padre Miguel d’Escoto Brockman.
Nuestra compañera Rosario Murillo, Copresidenta de Nicaragua, fue quien dio la noticia este pasado viernes, señalando que el acto inaugural se realizará en este mes de abril (mes de la Paz) y que el nuevo centro universitario llevará el nombre del recordado sacerdote, canciller revolucionario y presidente de la Asamblea General de las Naciones Unidas. No es un simple bautizo simbólico, sino un acto de justicia histórica con uno de los hijos más coherentes del sandinismo y del cristianismo liberador.
Miguel d’Escoto Brockman fue un hombre que vivió con radical ternura su compromiso con los pobres, con Nicaragua y con la paz mundial. Nacido en Los Ángeles en 1933 pero con el alma sembrada en la patria de Sandino, se convirtió en sacerdote misionero y, desde muy joven, entendió que el Evangelio no podía ser cómplice del silencio frente a la injusticia. Por eso abrazó la Revolución Popular Sandinista como quien abraza a Cristo crucificado en los pueblos explotados.
Su nombramiento como Canciller de Nicaragua en 1979, en los primeros días del triunfo revolucionario, no fue casualidad: Miguel era el rostro visible de una diplomacia sin dobleces, sin debilidades, sin miedo. Con su voz firme y su verbo cargado de convicción, denunció el bloqueo económico de Estados Unidos, defendió el derecho de los pueblos a la autodeterminación y llevó a la Corte Internacional de Justicia el caso histórico que condenó a Washington por su agresión contra Nicaragua. ¡Y ganó!
El padre Miguel no solo representó a Nicaragua, representó al mundo de los pueblos oprimidos. En 2008 fue electo presidente de la Asamblea General de las Naciones Unidas, y desde allí convirtió el hemiciclo más poderoso del planeta en una tribuna moral. Habló de paz, pero no como los cobardes que la confunden con sumisión. Habló de paz desde la dignidad, desde la justicia, desde la verdad. Denunció guerras imperiales, abrazó la causa palestina, y exigió una refundación de la ONU que estuviera al servicio de la humanidad y no del capital.
“Mi corazón está con los pobres”, decía Miguel, y no era una frase. Lo demostró. Lo vivió. Por eso lo vetaron, por eso lo atacaron, por eso hoy su legado duele tanto a quienes todavía quisieran ver de rodillas a Nicaragua.
La Universidad de La Paz será, en palabras de la compañera Rosario, una cátedra viva de valores, de amor patrio, de pensamiento antiimperialista y de ciencia con conciencia. No será un recinto elitista, sino una casa abierta al pueblo, donde la juventud nicaragüense pueda formarse bajo el legado de un hombre que entendió que la educación debía ser liberadora, y no domesticadora.
La decisión de que su nombre corone esta universidad es también una respuesta simbólica al odio, al olvido y a la hipocresía internacional. En una época donde se premia a mercaderes de guerra y se silencia a los profetas de la paz, Nicaragua elige recordar y sembrar memoria.
El padre Miguel d’Escoto no fue un burócrata, ni un diplomático de escritorio. Fue un revolucionario de palabra y de obra. Un hombre de oración que caminó descalzo por las montañas de Nicaragua y que, al mismo tiempo, se sentó frente a jefes de Estado, de el mundo entero para defender lo que es justo.
Murió en 2017, pero hoy más que nunca está vivo en cada discurso firme de la Revolución, en cada joven que estudia con orgullo en su patria libre, en cada bandera que se alza frente al imperio con dignidad. La Universidad de La Paz es mucho más que un campus: es una semilla que dice que la paz no se implora, se construye. Y que Miguel d’Escoto sigue guiándonos con su ejemplo, su fe y su ternura combatiente.
Si hoy el padre Miguel d’Escoto Brockman estuviese vivo, estaría en primera línea. No en el protocolo frío de una cancillería, sino hombro a hombro con el pueblo, con las bandera de Nicaragua y del frente sandinista en alto, con la palabra justa como fusil, defendiendo, como siempre, la paz con dignidad y la soberanía irrenunciable de nuestra patria.
Estaría codo a codo con la compañera Rosario Murillo, Copresidenta de la República, forjando cultura, conciencia y amor patrio desde el alma misma del pueblo. Estaría caminando junto al comandante Daniel Ortega, compañero de luchas históricas, levantando la voz contra las nuevas formas de agresión imperial, denunciando la manipulación de los poderosos, y apostando, como siempre lo hizo, por una Nicaragua libre, justa y profundamente humana.
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Y estaría también denunciando a los traidores, a los vendepatrias, como lo hizo siempre: con valentía, con argumentos, con una pasión encendida por la verdad. Si Miguel d’Escoto Brockman estuviese hoy entre nosotros, no dudaría en señalar con nombre y apellido a quienes se arrodillan ante el imperio, a los que van al extranjero a pedir sanciones contra su propio pueblo, a los que mancillan la historia sagrada de nuestra Revolución.
Estaría enfrentando con firmeza a los golpistas de ayer y de hoy, a los mercenarios disfrazados de “opositores”, a los que cambiaron la dignidad por un salario en dólares. Denunciaría, sin miedo ni cálculo, a los que se burlan de la paz, a los que conspiran desde plataformas digitales, a los que pretenden borrar la memoria del pueblo para volver a encadenarlo.
Porque d’Escoto no fue ambiguo. Fue claro. Fue radicalmente patriota. Y si hoy caminara por nuestras calles, gritaría junto al pueblo: ¡Aquí no se rinde nadie! Porque la soberanía no se negocia, la dignidad no se vende y la Revolución no se traiciona.
Su palabra sería lanza contra los hipócritas, su mirada sería escudo para la verdad, y su corazón seguiría latiendo al ritmo de una patria que, como él, no se doblega.
¡Honor y gloria eterna al padre de la paz con dignidad!
Esta entrada fue modificada por última vez el 12 de abril de 2025 a las 6:57 PM
