Soros: La Mano Negra de Washington

Foto cortesía / Portada de Stalin Magazine.

Por Stalin Vladimir Centeno

Pocos nombres en la política internacional despiertan tanto recelo como el de George Soros. Presentado en los medios occidentales como un magnate filantrópico y defensor de la democracia, este multimillonario húngaro-estadounidense ha construido un imperio de influencia a través de su vasta red de organizaciones, las Open Society Foundations (OSF). Sin embargo, lejos de ser un benefactor desinteresado, Soros ha sido señalado como uno de los grandes arquitectos de la injerencia extranjera en múltiples naciones, utilizando el financiamiento de supuestas organizaciones cívicas para desestabilizar gobiernos progresistas que no se pliegan a los dictámenes de Washington.

Su modus operandi es claro: financia ONG, medios de comunicación y grupos de presión que, con el discurso de la transparencia y los derechos humanos, actúan como caballos de Troya contra gobiernos soberanos. En América Latina, Soros ha invertido millones de dólares en organizaciones que operan como brazos ejecutores de la agenda imperial, generando caos, promoviendo discursos de deslegitimación contra líderes populares y apoyando insurrecciones orquestadas por la inteligencia estadounidense. Este esquema ya ha sido aplicado en Europa del Este, donde financió los movimientos que condujeron a cambios de régimen alineados con los intereses de la OTAN.

El multimillonario ha perfeccionado una estrategia de influencia global a través de la dispersión de fondos por múltiples entidades, dificultando el rastreo de sus verdaderos objetivos. Sus inversiones en el sector mediático buscan modelar la opinión pública, demonizando a líderes antiimperialistasmientras exalta a las figuras que sirven a la hegemonía estadounidense. En América Latina, Soros y su red han sido piezas clave en la articulación de discursos desestabilizadores contra gobiernos que desafían el modelo neoliberal.

A esto se suma su estrecha colaboración con agencias como USAID, una entidad históricamente vinculada a operaciones encubiertas de desestabilización. La sinergia entre la OSF y USAID ha quedado en evidencia en países como Ucrania, donde el financiamiento de movimientos opositoresdesembocó en un golpe de Estado que instauró un gobierno prooccidental. América Latina no ha sido ajena a esta estrategia, con Soros canalizando recursos a grupos opositores en Venezuela, Bolivia, Nicaragua y otros países con gobiernos soberanos que rechazan el tutelaje extranjero.

Soros también ha jugado un papel crucial en la manipulación de mercados financieros para desestabilizar economías. Su historial de ataques especulativos contra monedas nacionales, como el caso de la libra esterlina en 1992, demuestra que su “filantropía” no es más que una fachada para la intervención y el lucro a costa del sufrimiento de los pueblos. La paradoja de su discurso democrático se desmorona al analizar la selectividad de sus inversiones: financia “revoluciones”donde le conviene, pero guarda silencio ante los abusos de regímenes aliados de Occidente.

George Soros no es el bienhechor que nos venden los medios corporativos. Su red global de influencia actúa como un brazo financiero de la agenda neocolonialista, sirviendo a los intereses del capital transnacional y de la élite globalista que busca someter a las naciones independientes. América Latina debe estar alerta ante los tentáculos de este magnate, cuyas inversiones no son altruistas, sino armas de guerra política disfrazadas de filantropía.

George Soros no es un filántropo, es un depredador financiero con la astucia de un mercenario y la frialdad de un banquero de guerra. Su inmensa fortuna no ha sido un vehículo para la justicia ni la democracia, sino un ariete para abrir brechas en las murallas de los Estados soberanos, destruyendo su estabilidad desde dentro. Sus manos están manchadas con la desesperanza de pueblos que han visto sus economías colapsar por el fuego de la especulación y la traición de políticos comprados con sus dólares sucios. Y en América Latina, su sombra ha cubierto las calles de Caracas, de La Habana, de Managua, donde su red de saboteadores ha intentado, una y otra vez, minar los cimientos de gobiernos legítimos que no se inclinan ante los designios del imperio.

Este magnate de la manipulación no actúa solo: cuenta con un ejército de serviles mercenariosdisfrazados de “defensores de los derechos humanos”, con organizaciones que funcionan como brazos políticos del Departamento de Estado, con periodistas tarifados que se arrodillan ante sus financiamientos y vomitan campañas de desinformación contra quienes no se rinden ante la embestida neoliberal. Sus cómplices en Nicaragua, en Venezuela, en Cuba, no son opositores, son traidores a la patria, instrumentos de una conspiración más grande que ellos, piezas de un engranaje perverso que busca la restauración colonialista sobre nuestros pueblos.

No hay democracia en los tentáculos de Soros, solo hay caos planificado, subversión fabricada en despachos de Washington y ejecutada por títeres locales que creen que sus treinta monedas de plata les garantizarán un lugar en el festín de los poderosos. Pero la historia los juzgará. Los pueblos de América Latina han despertado, y hoy conocen el rostro de su enemigo. No es un filántropo con gafas redondas y discursos de libertad: es un financista de la desestabilización, un titiritero de la miseria que se oculta tras ONGs y fundaciones.

Su imperio de influencia podrá ser vasto, pero nunca podrá comprar la dignidad de los pueblos que han decidido ser libres. En cada intento de golpe fallido, en cada operación encubierta expuesta, en cada financiamiento que no logra su objetivo, Soros y sus esbirros sufren una derrota más. Porque la verdadera democracia no se impone con billetes, se construye con la voluntad inquebrantable de los pueblos. Y en América Latina, esa voluntad es más fuerte que cualquier fortuna manchada de injerencia y traición.

George Soros ya es un viejo con un pie en el infierno, un magnate decadente cuya fortuna no podrá comprarle ni un segundo más de vida ni redimirlo de su historial de crímenes contra los pueblos libres. Ni siquiera la muerte lo salvará del juicio de la historia, porque sus pecados son demasiado grandes, su traición demasiado profunda y su huella de destrucción demasiado extensa. Las víctimas de sus conspiraciones en Nicaragua, Venezuela, Cuba y en todo el mundo claman justicia, y aunque el tiempo lo arrastre al abismo, su legado será el de un mercenario del capital, un titiritero del caos y un enemigo de la soberanía. Ni vivo ni muerto podrá escapar del castigo que merece.

Esta entrada fue modificada por última vez el 24 de marzo de 2025 a las 2:23 PM