Tomás y Nicaragua Sandinista

“Voy a morir / para seguir viviendo”
Tomas Borge Martínez

Visitar el lugar donde reposan los restos de Tomás Borge, en Managua es un poco como sumergirse en las entrañas del proceso sandinista que alumbra el derrotero de ese país y afirma un proyecto de desarrollo independiente para Nicaragua y Centro América toda. Y hacerlo en compañía de Marcela, su esposa de años, y seguidora leal de su ejemplo, constituye un privilegio que honra.

En verdad, la primera noción que tuve de Nicaragua, ocurrió hace muchos años: los medios de comunicación de mi país, dieron la información de los sucesos acontecidos en la ciudad de León cuando un joven poeta se inmoló, convencido como estaba, que el magnicidio era la única salida para su pueblo. Varias balas, disparadas con mano certera, hirieron de muerte a Anastacio Somoza García. Aunque el hecho no puso fin a lo que ya se conocía con el nombre de “La estirpe sangrienta”, llamó la atención del mundo que había dejado de ver lo que ocurría en ese suelo desde que, en febrero de 1934, los Somoza hicieron matar a Augusto C. Sandino.

Recuerdo que el gobierno peruano de entonces –“La Convivencia” Apro-`pradista, siempre servil a las orientaciones de Washington, decretó tres días de duelo nacional en homenaje póstumo al tirano batido. Esta decisión fue retrucada de inmediato por las organizaciones estudiantiles peruanas: Se sumaban al duelo, no consternados por la caída de Somoza; sino por “el sensible deceso del gran patriota nicaragüense, el joven poeta Rigoberto López Pérez”, autor de los disparos.

Mi segunda relación con la vida de la patria de Darío, ocurrió en La Habana varios años después cuando –con motivo de la celebración del evento de OLAS, en 1967- conocí a Luis Sánchez Sancho, en ese entonces dirigente del llamado “Partido Socialista de Nicaragua” que decía representar a los comunistas de ese país.

Luis Sánchez era hijo de una destacada figura del proceso social centro americano: Don Domingo Sánchez, un viejo dirigente obrero del área de la Construcción, que pasaba muchos años en la cárcel de la dictadura Nica, y que solo saldría de ella cinco años más tarde, cuando el terremoto que devastó Managua, en 1972, derribó incluso los muros de la prisión, permitiendo que huyeran los privados de libertad, entre los cuales él se hallaba en su condición de Secretario General del PSN.

Tras las rejas primero y viviendo en la clandestinidad después, Domingo no pudo ejercer el cargo que tenia, y lo cedió a su hijo Luís, entonces un mozo inteligente que prometía luchar por una causa que bien pronto defraudó. Aun así, Luis fue el primero que me explicó la insurgencia sandinista, que databa ya de 1961, y que había sido engendrada por el arrojo de Tomás, la fuerza de Daniel Ortega y el empuje de un aguerrido núcleo de luchadores. Aunque esas no fueron nunca sus palabras, si pude advertir en sus gestos evasivos un cierto complejo de culpa por no haber apreciado debidamente esa experiencia.

Cuando en 1972 Tomás Borge y otros dos compañeros de la dirección sandinista vivieron temporalmente en nuestro país en conexión con nuestro Partido, tuve la oportunidad de recibir la información directa de lo que realmente era el FSLN y los objetivos que tenia. Corregí entonces una visión sesgada del tema y desde la dirección de la CGTP, primero y la Secretaría Internacional del PC, luego; trabajé sin prejuicios por la causa de Nicaragua.

De ese modo, cuando Esteban Pavletich –Secretario de Sandino en las Segovias y amigo de mis padres- tomó la iniciativa de crear el COSAL -Comité de Solidaridad con América Latina- y lo puso bajo la dirección de Laura Madalengoitia; asumí las responsabilidades que me delegó el Partido promoviendo y alentándola solidaridad con la lucha del pueblo de Sandino.

Estuve en Caracas, en 1979, en la Conferencia Internacional de Solidaridad con Nicaragua, evento que se empató con la victoria militar sandinista del 19 de julio de ese año. Allí también estuvo Luis Sánchez, pero ya era otro. Había perdido todo su brillo, e iniciado más bien el camino sin retorno de la capitulación total, ésa que finalmente lo llevo a ser hoy día, nada menos que Jefe de la página editorial del diario “La Prensa” de Managua, el vocero más caracterizado de la reacción interior. En otras palabras, a ese Sánchez la derecha se lo compró ignominiosamente, aunque es probable que eso haya ocurrido a muy bajo precio.

Ya con la victoria Sandinista, Tomás estaba en Managua para construir con Daniel Ortega y sus compañeros, el nuevo Poder Sandinista. Fue el inicio de una etapa dura, violenta, convulsa, en la que asomó, como una daga ensangrentada, la mano del Imperio.

Los avances del Sandinismo en este periodo de la historia, fueron tangibles, pero el proceso se vio acosado por dificultades mayores: la crisis económica del país, la resistencia obtusa de la clase dominante y sus aliados, la agresividad imperial y el cambio de la correlación internacional de las fuerzas como consecuencia de la desaparición de la URSS y la caída del socialismo en Europa del Este; le pasaron la cuenta al pueblo de Nicaragua.

Los Sandinistas se vieron precisados a dejar el Poder a fines de los 80, pero nunca abandonaron la lucha, ni olvidaron sus compromisos con la patria de Rubén Darío. Al contrario, los afirmaron más, y trabajaron intensamente para recuperar posiciones. De ese modo, el 2007 volvieron a ganar la confianza ciudadana y hoy lideran la transformación de su patria.

Tomás es parte inherente de todo ese proceso. Ministro del Interior en la primera administración sandinista, dejo una huella que perdura. Desde aquellos años, el Ministerio dejo de ser el aparato represor del pueblo y pasó más bien a velar por su seguridad. Los métodos autoritarios e intimidatorios dejaron de existir, y la tortura se fue para siempre. La “venganza personal” de Tomás -él mismo lo dijo- fue devolver el odio y la crueldad enfrentando las cosas con amor y un profundo sentido solidario. Y es que ese fue su modo de entender el legado de Sandino alumbrado por Carlos Fonseca, su compañero de siempre y con el que fundara el FSLN a comienzo de los años 60.

Precisamente a Fonseca aludía: “Me decía algo / que no recuerdo / y me dejaba en el alma / lágrimas y flores / la certidumbre de un puño / una encomienda de miel / y un derrotero seguro / para las nuevas / victorias…”.

A partir del 2008, Tomás vino al Perú como embajador de su país en Lima. Fue posible, a partir de allí, recuperar antiguos lazos y mantener una comunicación siempre fluida y fraterna. Como parte de ella, respondió una extensa y exclusiva entrevista para “Nuestra Bandera”, que respondió con la soltura, el humor y la fuerza de su verbo.

Compartimos tribunas, eventos solidarios y tareas vinculadas a las causas comunes. La identificación con Ramón, Fernando, Gerardo, Antonio y René -los 5- estuvo en el centro de sus preocupaciones, y de las nuestras. Nos acercó siempre y nos permitió avizorar el mismo derrotero.

Co su pluma y con su voz, nos alimentó de modo cotidiano el vigor de su esperanza: “El futuro viene hermano / se acerca despacio pero viene”.

(*) Del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera / http://nuestrabandera.lamula.pe

Esta entrada fue modificada por última vez el 30 de abril de 2016 a las 7:27 PM