By Francisco Javier Bautista Lara
- La mentira: Gobierno persigue a la iglesia católica.
La verdad: Nicaragua fortalece modelo cristiano y solidario que facilita prácticas religiosas de los creyentes.
A la memoria de S.E. Cardenal Miguel Obando y Bravo (1926-2018)
Prócer de la Paz y la Reconciliación.
“Actuemos de modo que puedan leer el evangelio en nuestras vidas”
Francisco de Asís.
En Nicaragua un poco más del 80% de la población se identifica como cristianos católicos y cristianos de diversas denominaciones. El 87.7% reconocen que en el país hay libertad religiosa (Sismo 67, M&R, enero 2022). Tengo, como lo hacen unos 6 millones de nicaragüenses creyentes de distintas denominaciones, cristianos católicos, cristianos no católicos, y otros, no solo por mandato constitucional (arto. 29: “libertad de profesar una religión o no), plena libertad para profesar y expresar públicamente mi fe, aunque a veces percibo prácticas clericales que asumen mensajes y acciones excluyentes. En la fraternal conversación con Su Santidad (El Vaticano, 12.10.2020), reiteró lo que ha dicho en otras ocasiones: “para fortalecer la Iglesia debemos despojarnos del clericalismo y empoderar a los laicos”.
La Iglesia Católica, de la que soy parte y asumo sentido de pertenencia por origen, tradición y convicción, aglutina cerca del 40% de la población que se congrega bajo una jerarquía lo que, a pesar de la reducción de fieles durante las últimas décadas y que, sin abandonar el cristianismo, se ha incorporado a otras iglesias, representa una real fuerza social, cultural y política en la vida nacional. Los cristianos no católicos, también son aproximadamente 40% de la población, están fragmentados en más de dos mil congregaciones religiosas o iglesias con distintos liderazgos y particulares interpretaciones doctrinales, lo que, a pesar de su creciente presencia en el territorio nacional entre los sectores populares, no adquieren igual arraigo cultural ni fuerza social y política que la Iglesia impuesta desde la conquista española a inicio del siglo XVI.
El preámbulo de la Constitución de Nicaragua se asume, entre otros, en nombre “de los cristianos que desde su fe en Dios se han comprometido e insertado en la lucha por la liberación de los oprimidos”. El artículo 5 enuncia el fin del Estado: “organizado para asegurar el bien común, asumiendo la tarea de promover el desarrollo humano de todos y cada uno de los nicaragüenses, bajo inspiración de valores cristianos, ideales socialistas, prácticas solidarias, democráticas y humanísticas, …” y como principios (artículo 5) reitera “los valores cristianos” … “los valores e ideales de la cultura e identidad nicaragüense”. El Estado asume en su gestión un modelo cristiano, socialista y solidario.
En el país es evidente que en los mensajes y prácticas públicas se privilegian contenidos de naturaleza cristiana que podrían percibirse excluyentes para cerca del 20% que profesan otras creencias o ninguna. ¿Cuántas rotondas, calles, edificaciones, monumentos o símbolos de carácter católico o cristiano se han erigido en Nicaragua facilitados por el estado? ¿Cuántas celebraciones, actividades socioculturales, se basan en la promoción de la creencia católica? Abundan las fiestas patronales en todos los pueblos, las múltiples manifestaciones de la religiosidad popular, la conmemoración de la Purísima y la Navidad cristiana en parques, plazas y calles del país incentivadas desde las instituciones y alcaldías.
Es demostrable que la participación religiosa en Nicaragua se ha modificado desde 1960 cuando el 95% se confesaban católicos. El censo poblacional de 1995 mostró que 72.9% se reconocía católico y el 21.1% no católico, el censo de 2005 comprobó la reducción, ya que 58.5% se reconocieron católicos y 41.5% no católicos, en un período de diez años hubo disminución de 14.4 puntos porcentuales. Según encuesta de M&R, en 2013 la proporción de católicos era 50.9% y en 2017 de 48.9%. La cantidad de católicos y no católicos fue similar entre 2014 y 2015 para que a partir de entonces la de no católicos fuera superior. La consulta de opinión de enero 2020 indicó que 44% son católicos y el 56% no católicos. Para 2021, según M&R, el 36.6% se asumen católicos, el 64.4% no católicos (34.4% protestantes, 29% otras) y 1% no creyentes. La reducción entre 1995 y 2021 se estima en 36 puntos porcentuales.
Según Sofía Brahm (Zenit, Roma, enero 2022) los países de América Latina cuya población católica es menor al 50% son: Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua, Costa Rica, Panamá, República Dominicana, Uruguay, Argentina y Chile. En la Conferencia General del Episcopado de Latinoamérica y el Caribe realizada en Aparecida, Brasil, 2007, se consideraba que 70% de los latinoamericanos eran católicos, esa proporción se ha reducido. La disminución mayor es en Centroamérica por la presencia creciente de iglesias evangélicas. En otros países como Chile disminuyen los católicos por el incremento de no creyentes.
Los dramáticos sucesos de violencia y destrucción del fallido golpe de Estado de 2018 pusieron a la luz el involucramiento de algunos pastores católicos que promovieron o alentaron de manera directa o sutil el rompimiento del orden constitucional, arengaron al odio y la confrontación convirtiendo sus púlpitos en tarimas políticas de agitación (“La iglesia no crece por proselitismo”, dice el Papa), apartándose del mensaje del Evangelio. Muchos fieles percibieron la desnaturalización de sus capillas y templos como espacios de oración y reconciliación, fueron alejados por su opinión sandinista o conciliadora y, quienes buscaban el refugio de la fe para la serenidad y la paz, no encontraron recogimiento y quizás recurrieron a otras iglesias cristianas que preservaron, más allá de la temporalidad de los conflictos, su misión salvadora. Es demostrable que, durante los últimos cinco años, en la marcada tendencia observada en las últimas décadas, la fuga de creyentes católicos decepcionados se refugió en otras iglesias cristianas, sin abandonar la fe, cambiaron de congregación preservando lo fundamental en el encuentro personal con Cristo Salvador. Según el Papa Francisco: “El pueblo de Dios sigue a Jesús, lo sigue y lo acoge en su corazón”.
En estos acontecimientos, antes y después, en sus consecuencias, existen responsabilidades particulares que la entidad eclesial debería evaluar y corregir desde su madurez, experiencia milenaria y con auxilio de la Providencia, hay responsabilidades civiles que no deberían evadirse, independientemente de la investidura, ante la sociedad y el estado. El nivel de tolerancia y la posible impunidad no deben ocultarse bajo la sotana de nadie ni esconderse en casas curales cuya esencia cristiana ha sido traicionada por algunos con sus actos y mensajes. El Evangelio recuerda: “el que escandalice a uno de estos pequeños, más le vale que se cuelguen al cuello una de estas piedras de molino que mueven los asnos y le hundan en lo profundo del mar” (Mt. 18,6). ¿Cuántos de los más humildes y pequeños fueron escandalizados por los comportamientos y palabras impertinentes de sus pastores? ¿Cuántos en vez de encontrar consuelo y paz hallaron desesperanza, confrontación, miedo, odio y violencia? Es una pesada culpa de nuestro tiempo que tiene consecuencias. Como dice el Papa Francisco: “El pueblo de Dios necesita pastores, y no funcionarios, clérigos de despacho” y porque “Una persona que piensa en construir muros… y no construir puentes, no es un cristiano”. En esa confusa realidad humana y eclesial nunca faltan, a veces son abundantes, los servidores ejemplares que se entregan con vocación de pastores al servicio de Dios y los creyentes.
La amnistía decretada en 2019 para abrir un espacio de diálogo y reconciliación bajo el criterio de “perdón y no repetición”, también fue obviada por algunos que continuaron, a pesar del restablecimiento del rumbo institucional y de convivencia, con la provocación alejándose de la comunión diversa de los creyentes y siendo instrumentos para difundir desconfianza, miedo y odio.
El comportamiento personal de clérigos y laicos frente a la comunidad tiene la exigencia, desde la imperfección humana, de la oración, el sacrificio, el servicio y la búsqueda del camino ejemplar. Veámonos nosotros como creyentes en el lugar y tiempo que transitamos. No veamos la paja en el ojo ajeno sino la viga en el nuestro. Asumamos la responsabilidad en la que, a mayor jerarquía mayor obligación, a mayor poder mayor responsabilidad, ante más conocimiento y formación, más compromiso por responder con lucidez mental y fortaleza espiritual ante la comunidad y ante el Señor.
Desde la pertenencia religiosa de casi tres millones de nicaragüenses de distinto origen social y económico, con diversas ocupaciones e intereses, con múltiples filiaciones políticas, con variadas motivaciones culturales, con particulares preocupaciones personales, familiares y comunitarias, apelamos a la vigencia del Evangelio que se sustenta en la radicalidad del Amor y la Esperanza, la inclusión, la solidaridad, la opción preferencial por los pobres (según el Papa Francisco: “El corazón de Dios tiene un sitio preferencial para los pobres, tanto que has Él mismo se hizo pobre”), por la paz y el bien común.
Ha veces se cae o se dejan arrastrar algunos por la manipulación desinformada o mal intencionada, como instrumentos útiles temporales que se prestan al juego político y a la injerencia externa, que pretenden preservar privilegios de dominación, ceder soberanía, atropellar la dignidad del país, sacrificar a los más desfavorecidos por las elites tradicionales que han pretendido controlar los hilos de la economía y la política durante casi dos siglos, y al hacerlo, renuncian a la esencia cristiana.
Algunos pretenden desconocer y cometen el fatal error de no ver que más del 50% de los cristianos católicos o cristianos no católicos son sandinistas o simpatizan con esta legítima opción política cristiana, socialista y solidaria –imperfectamente humana-, que fortalece derechos y empodera con dignidad a las comunidades.
En particular, la Iglesia Católica que peregrina en Nicaragua y en general las iglesias cristianas cuentan con una privilegiada facilitación y promoción por parte del Estado, según lo enunciado en los preceptos constitucionales y en la vigencia de una cultura cristiana que prevalece por nuestro origen y entorno (incluso en la minoría que no profesa ninguna creencia o se reconocen ateos). Estas evidentes preferencias no deberían utilizarse como privilegios de impunidad para evadir responsabilidades personales o imponerse con sentido de superioridad. Estamos convencidos, como dice el pobre santo de Asís: “Un rayo de sol es suficiente para ahuyentar muchas sombras”
La mentira que pregonan algunos, “aunque corre rápido, tiene patas cortas” y, como ocurrirá con todas las actuales y las que vendrán, se desvanece y se la lleva el viento.