Tras 55 días de difusión urbi et orbi de la tergiversación del conflicto en Ucrania, la borrachera de mentiras y manipulación de los hechos parece encontrar obstáculos inesperados. Hay tantas noticias falsas y un relato histórico, político y militar tan hipócrita y falso de la guerra y sus protagonistas que la opinión pública está experimentando una crisis de rechazo. Las encuestas realizadas en diferentes países europeos indican unánimemente la distancia entre la información incorporada y la opinión generalizada. Incluso teniendo en cuenta los precedentes – las armas de destrucción masiva en Irak, o las armas químicas de Assad en Siria, o los talibanes en Afganistán, culpables del 11-S -la opinión pública no confía en la narrativa preconfeccionada y políticamente preconstituida sobre la guerra.
Debido a una creciente y exagerada disonancia entre la narrativa de la guerra y los hechos reales, el desencanto estructural de la opinión pública se ha convertido en el cuestionamiento de una narrativa visiblemente amañada. La mayoría de los europeos, con especial incidencia en Italia, Alemania y Francia, creen que las noticias que circulan sobre los supuestos horrores rusos, expuestos frente a la nobleza guerrera ucraniana, son fruto de la propaganda de la OTAN y no tienen nada que ver con la historia militar y política real. Así que aquí la máquina de desinformación se encuentra con un obstáculo que corre el riesgo de dañar el mecanismo. Pero si este uso masivo de la desinformación puede tener un efecto boomerang, ¿por qué siguen como si nada?
Porque en el caso concreto de la guerra de Ucrania, el recurso masivo a las fake news no es circunstancial ni tiene un mero efecto propagandístico. Tiene su propio valor político y estratégico, y la manipulación de los hechos y la inversión de la narrativa histórica son una herramienta decisiva. De hecho, son funcionales a la ampliación del conflicto a nivel mundial, ya que si se limitara a Europa del Este no tendría una eco suficiente para implicar a la opinión pública internacional.
La construcción de una internacionalización del conflicto sirve para preparar a la opinión pública occidental para las repercusiones negativas que tendrá que asumir. Para ello, se sustituye la realidad por la propaganda, la narración de los hechos por el hecho de la narración. La narración de una guerra unilateral es el terreno privilegiado de la confrontación, el único ámbito en el que prevalecen gracias a la posesión y el control del sistema mediático internacional. Ante la imposibilidad de una victoria militar, tratan de restablecer el equilibrio ganando la narrativa: se busca la victoria política y mediática sobre todo para silenciar las verdaderas responsabilidades y consecuencias de lo que está ocurriendo. El riesgo, sin embargo, es la vuelta del reloj de arena, el efecto boomerang o el efecto paradoja, que siempre están presentes cuando se altera, distorsiona, engaña y manipula.
Manipulación e inversión de la verdad
Para distorsionar la historia hay que manipular los acontecimientos y para ello hay que empezar por manipular la terminología en uso. Hay que crear una verdadera semántica de la guerra, es decir, el uso de términos, estribillos e incluso memes que construyen sugerencias que alteran parcial o totalmente la realidad, imponiendo la prevalencia del relato sobre la verdad.
En este esquema es decisivo plantear una narración omnicomprensiva, que supere las desconfianzas ideológicas y culturales que podrían llevar a un rechazo en la aceptación del relato. Por lo tanto, el curso de la guerra y su interpretación política deben tener en cuenta a una parte sustancial de la opinión pública que no está alineada políticamente con Occidente, que entre otras consideraciones percibe como inexplicable la presencia tan preponderante de Estados Unidos y que encuentra sus intereses decididamente poco transparentes en lo que es, en definitiva, un conflicto europeo.
Invertir el significado de los términos favorece a la inversión de la historia. Hay que descontextualizarlas, reelaborarlas y proponerlas de nuevo según el designio político de quienes quieren reescribir la historia para su propio uso. No hay otro remedio si no se quiere confinar la causa ucraniana en las filas de la derecha internacional, lo que la privaría rápidamente del apoyo político que necesita.
En el caso de la guerra de Ucrania, hay un cuadro horrible de Rusia en el lienzo y un cuadro salvífico de Ucrania, por lo que la terminología utilizada debe tener la tarea de ganarse a los neutrales, a los escépticos. Lo que se necesita es una ampliación del consenso que permita un mayor apoyo político, y esto sólo puede lograrse utilizando un discurso que haga incursiones en el campo de la otra parte. Pero, ¿cómo conseguir que los que nunca se han unido a las filas del liberalismo imperial tomen partido?
El primer paso es precisamente utilizar la terminología adecuada: hay que empezar por hacer creíble lo que no es creíble para hacer aceptable lo que es inaceptable. Hay que utilizar una terminología familiar para la cultura del progresismo permitiéndoles reducir la distancia emocional a través del concepto de «guerra necesaria». Expulsada de toda razón y contextualización, la oposición entre «invasores» y «liberadores» se ha considerado la clave adecuada para abrir las contradicciones en el campo progresista europeo.
Si las palabras tuvieran el sentido real y no el desfigurado por la manipulación mediática, si los términos se refirieran a la historia conocida y no a la de su reescritura con fines de condicionamiento, nunca se podría permitir el uso de la palabra «Resistencia», que ha sido patrimonio indiscutible de los partesanos antifascistas que liberaron a Europa del cancer nazifacista. El término «opositores» y “combatientes nacionalistas” serìan mas adecuados, sin culpable ambeguedad, que se debería utilizar para describir al ejército ucraniano y a sus mercenarios.
Seamos claros: cuando se enfrentan a tropas extranjeras en su propio territorio, es natural que los opositores se consideren resistentes. Pero la resistencia ucraniana es propuesta hábilmente por el sistema mediático como una nueva versión de la Resistencia Partisana que constituyó la base fundamental del fin del Tercer Reich. No es casualidad la ridícula cuanto ignorante hipérbole que se está difundiendo sobre los puntos en común entre Hitler y Putin. El intento es dibujar al hoy como si fuera el ayer, así penetrando en la memoria de las emociones del campo antifascista.
Pues bien, aunque los ucranianos luchan contra las tropas de ocupación extranjeras, su guerra no puede equipararse a la de la Resistencia Antifascista. Porque la envergadura, el rasgo ideológico y la metodología de combate (incluyendo el uso de civiles como escudos humanos, las represalias y la municiones prohibidas) no tienen nada que ver con la Resistencia Antifascista en la Segunda Guerra Mundial. La resistencia antifascista luchó precisamente contra esos símbolos que ahora Kiev hace suyos, este es el gran engaño histórico, político y comunicativo. De hecho, si el término «Resistencia» pudiera tener alguna licencia en ese teatro, debería asignarse a los independentistas del Donbass y no a sus verdugos en Kiev. Sin embargo, invirtiendo la realidad, se asigna la licencia de «resistencia» al gobierno de Zelensky, buscando de forma solapada asociarlo a la memoria histórica positiva del viejo continente, para limpiar su imagen y borrar el recuerdo de las atrocidades de sus militares.
La manipulación de los acontecimientos y la distorsión narrativa que invierte las responsabilidades y los actos trae consigo una idea del mundo que se aleja de la que configura una sociedad de personas libres e iguales, que sabe reconocer a las víctimas y a los verdugos, que no golpea a los últimos para beneficiar a los que ya son primeros. Tan feroz como estúpido es narrar una guerra ocultando sus motivaciones y vendiéndola sólo como una muestra de horror de su enemigo. La guerra es un horror que no necesita generar más horror. Quienes lo escenifican suelen ser los primeros actores de un colosal engaño que pretende superponer la verdad de conveniencia a la verdad histórico-política y militar.
Señalar las responsabilidades de quienes trabajaron en esta guerra, provocando a Moscú de mil maneras y asesinando a la población del Donbass sería lo necesario, sin embargo se quiere convencer a la opinión pública de que Putin solo es un loco matón. Pero, como sabemos, «una persona puede mentirte un día, puede mentirte muchos y durante muchos días, pero no puede mentirte todos y para siempre«.
Firma: Fabrizio Casari
Licenciado en Comunicación Social, egresado de la UNAN-León con especialización en Comunicación Digital Estratégica.